WVw ista la apatía que ahora despiertan las citas con las urnas, es difícil imaginar la enorme excitación que produjeron, hoy hace 30 años, las primeras elecciones democráticas que se celebraban en España después de la muerte de Franco. Aquellas votaciones se produjeron en condiciones dificilísimas: atentados terroristas, malestar entre los militares, crisis económica, fuga de capitales, fragmentación política... Y, sobre todo, una mezcla de miedo y esperanza que cristalizó en un comportamiento audaz y generoso de los dirigentes políticos y sociales, empezando por Adolfo Suárez, entonces presidente del Gobierno y líder indiscutible del proceso.

De esas elecciones salieron los diputados y senadores que elaboraron la Constitución de 1978 y fijaron los sólidos basamentos del funcionamiento democrático. Tres décadas después, podemos analizar con perspectiva el enorme salto que España dio con ese proceso electoral, que trajo la normalidad política a un país cuya historia contemporánea fue hasta entonces una suma de tragedias y fracasos. Desde entonces se ha construido una democracia que, con sus defectos, está al nivel de las de los países de más larga tradición liberal; se ha consolidado un Estado de las autonomías que ha sido un éxito incontestable, y se ha construido un Estado del bienestar que ha permitido una notable mejora de las condiciones de vida de los españoles. Treinta años después de aquel 15-J, la democracia forma parte de nuestra cotidianeidad e incluso la encontramos aburrida. Pero la aventura de recuperar las libertades políticas fue uno de los momentos más brillantes de una sociedad que en pocos meses descubrió los valores de la convivencia.