Autor teatral

Escribo esta columna mirando a una Mérida que no existe. La Mártir se adelanta, borrando con su vaho todo vestigio profano y romano. Rencorosa, no olvida los tormentos a que la sometió el Imperio. Perdonen esta mariconada, pero a mí, la niebla me pone. A lo nuestro: hay días en que uno no tiene una maldita noticia que desguazar. Otros, por el contrario, tiene tantas que no sabe a qué atender. Por ejemplo, deseaba escribir sobre el asesino de la katana que se nos casa. Sólo pedir que en el banquete no le dejen el sable para cortar la tarta nupcial, no sea que corte más cabezas que merengue. O rajar sobre la mesa del tabaco, o el señor Michelet Vinagre, que ha reunido en un libro 250 cartas al director en los diarios regionales. La prensa sí tiene quien le escriba y, por cierto, bien. Pero no, no voy a ir por ese camino, cuando tierra y aire llaman mi atención. El aire como la metáfora de la libertad y pureza, la tierra, como vereda de raíles oxidados y malolientes. El tren que nos desgaja del mundo, el avión que nos une a él. Viajé, hace poco y varias veces, a Valencia por cuestiones de trabajo. Tardé más que el Cid yendo él a caballo desde Castilla y servidor en el tren desde Mérida sin un rey que me estresara. Todavía el psicólogo intenta quitarme el traqueteo del alma y del cuerpo, en una empresa que es casi imposible. Si por lo menos Renfe pagara las facturas... La tragedia comienza en la estación, cuando en un diciembre de témpanos no hay un aliento de café que te caldee el estómago y la desesperanza. El coche renqueante se aproxima al reino de Ceres, para subir huérfano y cabizbajo por las hermosas tierras extremeñas, pero sin la mirada bucólica de Clarín, cuando escribió Adiós, cordera, adiós . Entonces descubres que para Renfe esto es el culo del mundo y como culeros nos atan a la cola allá, por Alcázar de San Juan, cuna de la civilización, que por ello ya nos llega la compañía (provenientes del Sur) y sobre todo el vagón bar. A la cola pero con ellos, con la otra España, la que tiene mar y marisma, nos acercamos como invitados de piedra. La mierda sigue encostrada en los reposacabezas y las cervicales hechas una mousse, con tal de no apalancar la cabeza, que la grasa no la derrite ni el Garnier. Más desolador será el regreso, que los primeros que cagan son los catalanes y hasta Ciudad Real hay mierda para todos. El coche atestado, casi avergonzado de recorrer tanta vía, tantos paisajes para suponer que los jinetes que lleva montados se están acordando del que inventó el ferrocarril. Si son las 16:00, al desenganche del Sur en la Mancha, hasta las 10:00, nadie llegará a su destino, si no es por el natural atiborre de agua y otras menudencias, porque el sol extremeño exige víctimas por el sacrificio. Y volvemos al sur, pero al oeste, con la carga cansina de ser, cuando quisiéramos no ser. Fácilmente no me rajo las vestiduras, pero somos y demasiados, a los que nos tocan los cojones con tanto desprecio. Para eso que se lo lleven, que siempre la diligencia te traerá sueños de tiros y polvaredas. Y ahora resulta que en avión y por menos dinero puedo comprarme rosas y libros a mitad de Las Ramblas. Con sólo dos horas, mi palmito podría refrescarse en las playas de La Barceloneta. Renfe olvidó el progreso cuando divisó riachuelos de encinas. Nos falta al respeto, y cuando un maleducado lo hace, no hay más que ponerlo en su sitio. ¡Qué se vayan si quieren! Siempre nos quedará el aire de un avión. Barato, eso sí. Quizá sea menos romántico, con la nube de humo pintando un cielo extremeño. Pero, desde luego, el taxista de turno no me miraría con la cara que suele desnutrido, seco y para llevarme en parihuelas