THtace unos días se presentaba la lista independentista que concurrirá a las próximas elecciones en Cataluña, conformada por personalidades de diferentes esferas. Aunque está claro que los nacionalismos radicales son casi siempre irracionales, podríamos diferenciar entre dos tipos: quienes lo asumen de forma natural, sin sentirse culpables por ello, sacan la bandera, se inventan la historia, y añoran un pasado que nunca existió; como sucede en Cataluña o en Corea del Norte: un nacionalismo paupérrimo, aunque sin complejos. Pero existe otro peor, el que se esconde, el que llora, y el que se pone en la diana de todo cuando las circunstancias no le interesan. Un nacionalismo encubierto que parece estar aflorando en Extremadura en los últimos días, con un único culpable: un tren que dejó de pasar por falta de viajeros. Tremenda afrenta para algunos. Y antes de que nadie se quiera lanzar a sacarme los ojos por lo que acabo de decir, les diré que esas palabras las entona quien durante más de siete años ha cogido un tren a Extremadura casi todas las semanas. Y diré también que ni el Gobierno de Monago ni los de Fernández Vara han hecho un buen trabajo al respecto, que también veo ya venir las acusaciones en ese sentido. Porque en la guerra por que el ferrocarril recorra nuestra tierra tienen más importancia las críticas y el y tú más que los avances que se consigan; y el Lusitania que pasa por Salamanca, y que ahora sería más rápido, tiene bastante más de lo primero que de lo segundo.

Y me apuesto un billete del ansiado AVE, aquel que Fernández Vara prometía que estaría recorriendo Extremadura en 2010, si el tren que une Lisboa con Madrid recorriese Extremadura y lo convirtiésemos en el vehículo de cabecera para visitar el país vecino. Porque parece que olvidamos lo más importante, que antes ya pasaba por aquí sin pena ni gloria.