Ayer conocimos los datos de la EPA del primer trimestre de este año y, se miren por dónde se miren, son la confirmación innegable de que nos alejamos del resto del país. Por obra y arte de las políticas y de los políticos que las gestionan, Extremadura se ha convertido en una isla de paro, rodeada de territorios que crean empleo.

Estamos a más de 10 puntos de distancia del resto del país y en nuestro palmarés se acumulan las medallas de la vergüenza. Medalla de oro en paro. Medalla de oro en deuda. Medalla de plata en déficit. Medalla de bronce en incapacidad de crecer. También tenemos un sitio destacado en Europa, donde nos hemos coronado como la quinta región europea con más desempleo.

El reconocimiento de la realidad es solo el primer paso para recobrar la orientación. El problema es que el presidente de la Junta no está por la labor, porque le es mucho más rentable e infinitamente más cómodo culpar al gobierno central que ejercer sus competencias.

No se trata de declararse culpable y echarse a dormir. Guillermo Fernández Vara es el responsable del futuro de 1.100.000 extremeños.

Y si, como ha dicho él mismo, es el único responsable de los terribles datos de paro, es momento de dejar el llanto, rectificar y renunciar a un modelo fracasado que nos está dejando sin esperanza.

La recuperación no llega con la inercia, ni con el cansancio ni con la apatía.

La incapacidad se resuelve con gestión, no montando numeritos en complicidad con los amigos que están dispuestos a sacrificar el hito del 1 de mayo para levantar la voz por el tren del que ya se están colocando las vías, en lugar de hablar de lo que toca hablar en el día de los trabajadores. Así, Guillermo Fernández Vara puede seguir dedicándose a sus primarias.

Dice Matilde Asensi que, «cada cual mira los acontecimientos desde su esquina, con el rostro vuelto hacia la pared para no ver lo que no quiere».

Vivimos en una región con un presidente que mira los acontecimientos desde su esquina, sin moverse, y con unos sindicatos que vuelven el rostro hacia el tren para no ver lo que no les conviene ver. Mientras tanto, entre esquinas y rostros vueltos, crece y crece nuestro triste medallero.