Cantautor

No sé qué decir y no concilio el sueño. Supongo que el viento y la nieve siguen soplando en la sierra. Desde la terraza del bloque donde vivo puedo ver su perfil azul, del azul parduzco del olivo, del verde oscuro de sus pinos. Es la belleza del mundo que sigue al parecer indiferente a nuestros problemas.

Escribo de noche y mi familia duerme. No sé qué decir, pero no quiero callarme. Porque sé que la indignación y la tristeza se extiende como capa de neblina por tantos lugares de la Tierra.

Quizá de alguna forma todos recibimos el odio que se extiende, que repta por la arena. "Tristes armas, si no son las palabras". Y las palabras que suenan no son palabras de poetas. Son palabras de halcones, con su habitual irresponsabilidad y su extrema dureza.

Se habla de desarmar al tirano. Pero nadie habla de desarmar a los desarmadores. Y las armas de los desarmadores han probado su mortal eficacia en el pasado siglo, tan lleno de horrores y muertos en trincheras, de napalm, de explosiones atómicas. En la vieja Europa, en la joven América.

A estas alturas está demostrado que el pueblo llano no quiere esta guerra. Es un paso adelante para no querer ninguna. Deberíamos pedir un desarme de armas de destrucción masiva mundial.

Pero eso anda lejos. Tan lejos como el sueño que no logro conciliar. Cerraré los ojos. Repetiré muchas veces, para convocarlo, aquellos versos de Miguel Hernández. "Tristes armas, si no son palabras".