El aumento de la participación militar española en Afganistán, cuyo despliegue se inicia mañana, tiene una importancia considerable, no exenta de incertidumbres. La misión es asumida ahora por la OTAN, que anda desde hace 15 años a la búsqueda de escenarios que le den una legitimidad de la que quedó huérfana al terminar la guerra fría. Pero Afganistán es también un país difícilmente gobernable. No es suficiente haber echado a los talibanes para garantizar que el actual Gobierno responda a los parámetros de un mínimo Estado de derecho.

Las elecciones que deben celebrarse, tanto las presidenciales como las ya pospuestas legislativas, aportarán pocas garantías. De la inestabilidad da una pista el hecho de que la ONG Médicos Sin Fronteras se acaba de retirar de Afganistán después de 24 años de presencia ininterrumpida.

Pero si España quiere tener un papel importante en el ámbito internacional, el envío de tropas a Afganistán es una decisión adecuada. Porque lo ha pedido el Consejo de Seguridad de la ONU y porque la contribución a la nueva construcción de la UE de 25 miembros se expresa también en este tipo de compromisos. Pese a los recalcitrantes del PP, ir a Afganistán es muy distinto de ir a Irak.