Los tiempos cambian -lo decía la canción- que es una barbaridad. La pasada semana, en Davos, Xi Jinping, secretario general del Partido Comunista Chino, alababa el libre comercio y la globalización, denigrados por el nuevo presidente americano. Y no sería raro que Felipe González, que llegó al poder tras aquel eslogan de OTAN: de entrada, no, dijera ahora que, contra lo proclamado por Donald Trump, la organización no está obsoleta.

Lo peligroso de Trump no es que quiera cambiar cosas, sino la orientación de vuelta atrás, al populismo, el nacionalismo y el proteccionismo económico. El eslogan América primero o Hagamos a América grande otra vez esconde una voluntad nacionalista y una visión de las relaciones internacionales basada exclusivamente en el interés americano, lo que rompe con la política anterior desde que en 1942 el presidente Roosevelt decidió unirse a la guerra contra Hitler y desde que Estados Unidos, bajo la presidencia de Harry Truman, lanzó el plan Marshall para la reconstrucción europea y potenció instituciones como la ONU y el FMI para asegurar la paz y el orden económico internacional y la OTAN para defender a Europa frente al nacionalismo-comunismo de Stalin. América se erigió entonces en líder del mundo libre y de la cooperación internacional.

Y aunque aquel guion ha sido violentado muchas veces -Vietnam o la guerra de Irak-, desde entonces todos los presidentes, demócratas o republicanos -Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama-, lo han mantenido, al menos formalmente. El balance global es positivo y naciones como China y la India, con muchísimos habitantes que vivían en la miseria, han tenido, gracias a la globalización, un fuerte crecimiento y una mejora del bienestar.

El guion de Trump, repetido el viernes en su discurso, implica la marcha atrás. Los países emergentes -China y México son cabezas de turco- están robando a América riqueza y empleos. Hay que levantar barreras arancelarias, y a México, el vecino latinoamericano, edificarle un muro (que deberá pagar) que impida la llegada de inmigrantes. Y hay que dar la vuelta a la política europea. La OTAN no le gusta -como a Putin, que le ayudó en su campaña-porque es obsoleta y los europeos pagan poco (ahí tiene algo de razón). El brexit es magnífico porque la UE es «un vehículo del dominio alemán», y según el embajador de Obama en Bruselas, el equipo entrante se ha interesado en saber qué país podría ser el próximo en salir de la UE. Y Trump ha equiparado a Merkel con Putin diciendo que, en principio, se fía de ambos pero que puede cambiar de criterio.

Un Putin nervioso por que Estonia, Letonia y Lituania formen parte de la UE y de la OTAN y un Trump que duda de la OTAN y cree poco fiable la UE son un serio desafío para Europa. Más cuando el populismo antieuropeo ya ha ganado en Gran Bretaña y sale fuerte en los próximos comicios de Holanda, Francia, Italia e incluso Alemania. Y el descalabro de la UE implicaría una explosión de la zona euro -ya con dificultades internas-, con consecuencias graves sobre la estabilidad y el empleo.

Europa debe prepararse para un posible tsunami. Para un ataque a sus fundamentos por parte de la potencia que hasta hoy -bien o mal- aseguraba su estabilidad. Aunque nada es seguro. Trump gobernará con cuatro jinetes distintos: el Partido Republicano, derechista pero no proteccionista, encabezado por el vicepresidente Pence; los predicadores populistas que han elaborado su discurso y que tienen gran influencia, como Steve Bannon, con fuerte poder en los medios; la familia, con su hija Ivanka y su marido, Jared Kushner, nombrado consejero especial; y, finalmente, el grupo de multimillonarios -encabezado por Rex Tillerson, el presidente de Exxon, nombrado secretario de Estado- que forman su Gabinete y que encarnan todo lo contrario que el ciudadano medio, el pueblo americano que Trump presume de representar y que en su discurso dijo que acababa de tomar el poder. Pese a que Hillary Clinton le ganó por casi tres millones de votos. ¡Cuánta cara dura!

¿Qué política destilará esta extraña, explosiva e inquietante coalición de personas, ideas e intereses? Lo peor no es seguro, sí posible. Y Europa debe aterrizar y poner los pies en la tierra, porque en un mundo convulso los presidentes americanos quizá tienen poco poder para encauzar conflictos pero tienen mucho (lo demostró Bush hijo) para agravarlos e incrementar el desorden geopolítico y económico.