WLwa revuelta popular ha echado al dictador de Túnez. Lo que no está tan claro es si el régimen autocrático que Zini el Abidine Ben Alí creó a partir del autoritarismo paternalista de Habib Burguiba ha caído completamente y si Túnez se encarrila de una vez por todas y de verdad hacia una transición democrática pacífica.

Habrá que seguir los primeros pasos políticos que se den en el Túnez post-Ben Alí, pero todavía predemocrático, para verificar si esto es realmente así o si se trata de un espejismo. La cautela parece que es obligada por varias razones. La primera de ellas es la falta de una oposición fuerte y coordinada y de unos líderes en los que la población airada, que durante semanas ha llevado a la calle su protesta, se reconozca e identifique. Ya se encargó el autócrata de que la oposición fuera escasa y débil.

También invita a la cautela el desconocimiento de las intenciones que en estos momentos tiene el Ejército. Por ahora, no ha participado en la represión y parece que su intervención ante Ben Alí fue definitiva para que este abandonara el país.

Lo que hagan las Fuerzas Armadas será, por lo tanto, fundamental. Tras la confusión creada el pasado viernes por el primer ministro, la corrección de rumbo ejercida ayer por el presidente del Parlamento, Fued Mebaza, asumiendo la jefatura del Estado interinamente según la Constitución existente y la creación de un Gobierno nacional, son buenas señales.

También lo serían la puesta en marcha de una comisión anticorrupción y, después de la convocatoria de elecciones, una campaña limpia y democrática. El futuro de Túnez debe estar en manos de todos los tunecinos.

La importancia de esta revuelta y de su evolución va más allá de las fronteras del pequeño país magrebí. Es la primera vez que una revolución popular a favor de la democracia en el mundo árabe echa del poder a un dictador.

Se desmiente de esta manera la hipótesis que han defendidos los gobiernos de uno y otro lado del Mediterráneo de que no existe una alternativa entre la autocracia y el islamismo y que la primera es un mal menor que hay que apoyar o, al menos, cerrar los ojos, mirar hacia otro lado, ante las violaciones de las libertades fundamentales.

Un primer efecto de contagio del movimiento tunecino ya se ha visto en Argelia y Jordania. Es probable que el efecto se amplifique. Sería lamentable que la Unión Europea y Estados Unidos volvieran a defraudar las ansias democráticas constantemente acalladas y perseguidas.