Con una participación del 80% y la clara victoria del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) del primer ministro Recep Tayyip Erdogan concluyeron el domingo pasado las elecciones turcas más trascendentales de las últimas décadas.

Tras cinco años de Gobierno islamista en unas condiciones de gran dificultad, porque por un lado era cuestionado por el Ejército y por otro por la oposición laica, en el país era fácilmente perceptible que se había producido una creciente fractura social y que ésta giraba en torno a cinco cuestiones que se planteaban, en algún caso, como un dilema: islamismo moderado --centro derecha apoyado por las clases emergentes surgidas del crecimiento económico-- o fundamentalismo laico apoyado por el Ejército; el Partido Republicano del Pueblo (CHP, fundado por Atatürk) y la extrema derecha; el problema kurdo, minoría dentro de Turquía que tendrá representantes en el nuevo Parlamento a través de candidatos independientes; el debate sobre la integración en la Unión Europea, que es una de las metas del partido ganador, que ha hecho esfuerzos para mejorar los derechos humanos --abolición de la pena de muerte--; el fiasco de Estados Unidos, aliado tradicional de Turquía, en Irak; y la profundización en los valores democráticos.

En ese gran país entre Europa y Asia se produce una situación paradójica: los partidos que defienden la laicidad son, al mismo tiempo, los más reacios a aceptar la modernización política e institucional defendida por el AKP, que, apoyándose en el balance de una buena gestión económica --duplicación del PIB, 4.000 euros de renta per cápita, reducción de la inflación en dos tercios y contención del paro en el 10%-- se presta a negociar las cuestiones más conflictivas (elección del presidente de la República, no imposición de la sharia ni del velo, etcétera) y a impulsar políticas sociales modernizadoras.

Algunos datos permiten pensar que la temperatura social del país va a descender. Uno de ellos es que a pesar de las movilizaciones impulsadas por el Ejército y los partidos laicos, la campaña no ha tenido la conflictividad de otras ocasiones, excepción hecha del asesinato del intelectual armenio Hrant Dink y de un candidato independiente, y los resultados dan la mayoría absoluta al AKP (47% de los votos), pero sin alcanzar los dos tercios necesarios para controlar las instituciones. A continuación se sitúa el CHP, seguido del ultranacionalista Partido del Movimiento Nacionalista (MHP).

En definitiva lo que ha ocurrido el domingo en Turquía es que el pulso entre islamismo y nacionalismo se ha decantado a favor del primero, y es que para una mayoría de turcos, más allá de su fe religiosa --hay que tener en cuenta que el 99% son musulmanes--, la deriva nacionalista tutelada por el Ejército se ha convertido en una amenaza para la estabilidad política y económica del país.