XLxas palabras que el presidente de la Junta pronunció con motivo del día de la región, me instan a desobedecer la orden de silencio que dictó y a hacer pública mi crítica sobre lo que conozco: la universidad, precisamente porque es uno de los ejemplos por él utilizados para expresar la necesidad de callar y no dañar a Extremadura. Resulta sorprendente que la crítica desaforada que el propio poder político lanzaba --hasta hace poco-- a la institución académica se torne ahora en reclamo de silencio, precisamente cuando en la Uex aumenta el desasosiego y la preocupación entre un buen número de profesores ante la velocidad y el ritmo de imposición de un modelo de universidad mediocre y autoritario, al tiempo que paternalista y revestido de la capa de modernidad que sirve para camuflar el sentido reaccionario de la reforma. Y esto sucede cuando se está planteando en la universidad española el mismo reto que hace unos años se produjo en las enseñanzas medias. El acelerado cambio social provocado por las nuevas tecnologías exige intensas readaptaciones y la solución ante el reto parece ser presentar lo más viejo como si fuera lo más nuevo, imponiéndose el integrismo educativo envuelto en la carcasa del progresismo optimista, la misma fórmula que viene provocando un desastre sin paliativos en la enseñanza secundaria. El mecanismo es sencillo: no exigir nada al alumnado, acceder a todas sus demandas se han convertido en la clave de la elección de rector y presionar sibilinamente al profesorado que se siente impelido a ceder a las exigencias para evitar males mayores. El sentimiento de culpa entre el profesorado lleva primero a la desgana, luego a la desilusión y enseguida se traduce en el deseo de retiro anticipado como sucede ya en los institutos. Con la excusa de la reforma, los nuevos poderes universitarios conculcan las reglas establecidas y todo lo que suponga un obstáculo a su proceso de modernización es barrido de un plumazo. Al discrepante se le amenaza o se le reconviene de esa forma cortés, pero tremendamente efectiva, que utilizaban los curas en la postguerra para amenazar a los descarriados. Luego, las generosas ayudas oficiales otra deriva ya casi irreversible es la plena identificación con el poder político y la cohorte de paniaguados del ¡qué hay de lo mío!, bastan para consolidar el antiguo modelo de poder en la Universidad extremeña y ahogar los intentos de creación e innovación. El afán reformista intransigente lleva a decir a las autoridades universitarias actuales que hay que superar los procedimientos. El señor rector se jacta públicamente de que en la universidad hacen falta menos controles, pero debemos recordar que ese quererse sacudir los controles siempre ha resultado nefasto para cualquier colectivo humano y suele abrir la puerta al totalitarismo. La falta de control permite la creación de plazas de profesorado en áreas que no tienen alumnos generándose un gasto constante durante toda la vida laboral del profesor contratado, de tal forma que resultaría mas barato enviar a los dos alumnos a Harvard que pagar a sus 18 profesores, aunque entretanto se airee a bombo y platillo el ahorro . También se conceden plazas sin seguir los criterios de ocupación o carga docente por los que se rigen los demás, plazas políticas para beneficiar a los amigos, sometiéndolas al consejo de gobierno sólo a posteriori, después de que la convocatoria ya es pública. Pero lo más grave es que por primera vez se despide a profesores de la Uex sin someterse a las normas de control que los propios universitarios nos hemos dado. La simple denuncia de alguien que tenga credibilidad ante las nuevas autoridades, sirve para expulsarlos, sobre todo si proviene de ese tipo de alumnos instalado también ya en la universidad, que exigen todo el tiempo y trabajan poco, aunque afortunadamente también existen los que quieren formarse y se esfuerzan cada día por aprender pero esos, desgraciadamente, se despreocupan de la representación. Claro que después de la defensa que una vicerrectora ha hecho públicamente de los alumnos políticos y el desprecio que ha mostrado hacia los profesores, todo es posible.

Parece cumplirse irremediablemente en la universidad el mismo proceso que ha conducido a la enseñanza media al fracaso más estrepitoso. Pero lo curioso, lo que nos tememos muchos profesionales es que, con el tiempo, la responsabilidad por ese fracaso se quiera endilgar a los que ahora miramos con preocupación la deriva complaciente en la que la universidad se ha instalado con tanta alegría y despreocupación. A los que pensamos de otra forma se nos llama agoreros o simplemente aguafiestas --cuando no cosas peores-- y las palabras de nuestro presidente confirman los peores augurios. Es necesario dejar claro que existe otra universidad y, sobre todo, dejar constancia del diagnóstico, para que luego no se nos responsabilice del agravamiento del enfermo, como ahora se hace con los profesores de Instituto que llevaban años denunciando la deriva preocupante de la educación secundaria. Cuando una dinámica así se impone de forma tan contundente y las autoridades se jactan de que las garantías de participación son un engorro, de que es necesario no dar tanta cancha a los molestos o los críticos, se cae en las actitudes complacientes y permisivas que tantas pesadillas costaron en el pasado. Es necesario afirmar otros valores, pese a la incomprensión o incluso la persecución, y no se puede ser pusilánime o timorato por las consecuencias que pueda tener la denuncia. La Universidad de Extremadura que algunos queremos no es la complaciente y mediocre que se quiere imponer y debemos resistirnos a que ese modelo se extienda por toda la academia. Mientras tanto, los jóvenes se siguen marchando y no porque algunos denunciemos la situación sino porque nada se hace para remediarla.

*Catedrático de Historia

Contemporánea. Uex