Yo no soy un criminal de guerra!» Un alegato final. Viral en las redes sociales, retransmitido por todas las televisiones del mundo.

Con los ojos desencajados y la mano temblorosa el ex general croata Slobodan Praljak ponía fin a su vida al más puro estilo clásico griego bebiendo veneno ante el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia, que ratificaba su condena a 20 años de prisión como culpable de «desplazamientos forzosos de la población, asesinatos, saqueo de propiedades, trabajos forzados para los detenidos y expulsión de sus tierras una vez liberados» durante la Guerra de Bosnia, según dictaba la sentencia confirmada en ese juicio.

«Pero él se dedicaba antes al teatro», me dice una compañera croata. «¿Quién?», replico extrañada en una conversación que de repente transita de la guerra a las artes escénicas sin que yo le encuentre ningún sentido. «¡Él! ¡Praljak!», me aclara.

Resulta que el criminal de guerra inmolado era un famoso dramaturgo en el país antes de alistarse en el Ejército. Un promotor de la cultura al que se le atribuye, además de diferentes crímenes contra la humanidad, la destrucción de importante patrimonio como el puente de Mostar, construido en el siglo XVI por orden del sultán turco Suleyman el Magnífico y considerado la gran joya de la arquitectura musulmana bosnia.

Praljak no sólo se dedicó al teatro, sino que también era ingeniero eléctrico y sociólogo. Una persona brillante a la que se le atribuyen crímenes horrendos.

«En lo que nos convierte la guerra», reflexiona la croata con un halo de pesadumbre en la mirada. Yo no me atrevo a indagar más. A preguntar por su versión, por el bando en el que se colocó o colocaron a su familia, a los sentimientos que les despiertan sus otrora compatriotas serbios, a si la desintegración merecía tanta muerte y dolor.

Valga el último número de Praljak para recordar que las luchas fraticidas y tribales explotan en cualquier momento y en cualquier parte, basta prender la siempre fácil mecha del odio.

De convivir en una federación al odio visceral entre naciones. De la amistad a la fobia al vecino. De dirigir representaciones en las tablas a pilotar matanzas en las calles. Para no olvidar, la verdadera tragedia.