Filólogo

Es posible que en la mesa de redacción se haya analizado por qué la gente comienza a leer los periódicos por la última página y llegado a ciertas conclusiones. Como no me siento en aquéllas, desconozco éstas y sigo con las dudas de siempre.

La última del periódico ha quedado para la prensa rosa, las cuestiones del corazón, la gacetilla, el periodismo-píldora, de cortos vuelos y cortas pasiones. Dado el vigor actual de estas cosas fundamentales, es entendible que la gente se tire de cabeza a esa página para ver si el mundo sigue donde estaba o si en el centro del universo se ha colocado cualquier famosillo cornuparlante, o si es verdad que no caven todos en "Ambiciones". Tal vez la gente se enganche a la última porque en ella se despachan cosas de poco peso, y convendría saber si eso se hace porque somos de poco peso, si tres líneas son la dosis, si necesitamos, para desentumecernos, darnos de bruces, por la mañana, con dos exentas tetas, un breve tanga, o el olor a sábana rosa, o si, sencillamente, ése es el aperitivo que prepare para los temas de fondo, si algo de fondo hay.

Hubo un tiempo en que la última llevaba el artículo de un colaborador como sensata tarjeta de presentación. Los técnicos en mercadotecnia saben que esa página tiene gancho: del lado que cae el periódico se deja leer y está siempre dispuesta sobre la barra del bar, la silla, la consulta, la estación, provocadoramente abierta. Ese efecto llamada debe producir mejor resultado, según se desprende, con lo rosa que con los temas de pensamiento.

Seguramente sería un estorbo en cualquier mesa de redacción, porque no me atrae ni la llamada libidinosa ni la concentración de energía erótica empleada para engolosinar al lector: tal periodismo parece mera mercancía informativa, ajena a los criterios tradicionales de la información veraz y contrastada a que nos convocaba, de buena mañana, el periódico.