WLwa muerte de Edward Kennedy cierra una larga historia de presencia pública de una misma familia en la política de Estados Unidos y, por extensión, en la escena internacional. El mayor mérito de Ted Kennedy a lo largo de su dilatada vida pública fue labrarse un perfil propio bajo la inmensa sombra que supone ser hermano de un presidente asesinado en 1963, John, y de un dirigente, Robert, que murió tiroteado en 1968, cuando trataba de alcanzar la nominación del Partido Demócrata para aspirar a la Casa Blanca. Ted parecía destinado a recoger el testigo, pero esa opción quedó ahogada en 1969 tras un oscuro accidente de coche en Chappaquiddick, donde murió ahogada una joven colaboradora del clan familiar. Los Kennedy están indisolublemente unidos a la leyenda de las desgracias familiares, como si fuera una familia real en un país republicano. Pero esa visión no hace justicia al jefe del clan fallecido ayer. Ted Kennedy fue un senador activo -en la Cámara desde 1962-, con una gran aportación a la mejora de los servicios sociales de EEUU. Barack Obama notará su ausencia para el impulso del seguro médico universal. Como político de raza, el menor de los Kennedy no se mordió la lengua para denunciar la invasión de Irak y otras políticas conservadoras. Como también supo implicarse, adelantándose en el tiempo, con causas tan diversas como el conflicto de Irlanda del Norte, el apartheid de Suráfrica o las dictaduras latinoamericanas.

Ese es el legado a tener en cuenta de Ted Kennedy, más allá de su azarosa vida y complicada familia. Que esa política progresista no tuviera continuadores sería la auténtica tragedia.