Colectivo Víctimas del Terrorismo País Vasco

Donostia, domingo 9 de marzo, son las ocho de la tarde en la plaza Guipúzcoa, apenas 30 detrás de una pancarta, se concentran por la memoria y la dignidad de Domingo, fallecido el día anterior en Santander a consecuencia de sus gravísimas lesiones ocasionadas por ETA ocho años antes, al atentar contra las oficinas del DNI de Bilbao el 13 de enero de 1995, en el que asesinaron a su compañero Rafael Leiva. Demasiado tiempo para el recuerdo de la gente, demasiados muertos en este tiempo, su muerte ya estaba amortizada en el particular balance que sobre la vida se realiza en nuestra sociedad.

Domingo no es un caso único. Leticia Iturain se quedó ciega y sin manos cuando explotó en Zarauz un artefacto en su concesionario de coches, de marca francesa, y falleció sin interés social diez años después; Margarita González,herida en el atentado contra José María Aznar en 1995 y fallecida posteriormente; Maria Texeira, fallecida tras varias semanas de graves sufrimientos tras el atentado contra la familia Garrido; Justo Oreja, que se debatió entre la vida y la muerte casi un mes; José Humberto Fonz, Jorge García, Fernando Quiroga, Eduardo Bergareche, en este caso desaparecidos sin ningún rastro, borrados de la existencia incluso para el recuerdo en un cementerio. Posiblemente existan más casos que yo ignoro.

Dentro de la ominosa crónica del terror, quizás estos casos sean los más sangrantes, ya que son el exponente máximo de la anestesia moral que sufre Euskadi. Las víctimas molestan, perturban y dañan la onírica imagen de la sociedad cuasi perfecta que se nos vende desde las instituciones vascas, por lo que cada víctima sólo tiene derecho a ocupar un pequeño espacio en los medios de comunicación al día siguiente de su atentado.

Desde estas líneas me quiero rebelar ante esta situación. Queremos dar un grito bien alto, revindicando en este caso a Domingo Durán, a Manoli, a su hija, a su infatigable lucha por la vida durante estos ocho años. Especialmente quiero dar un homenaje a Manoli por este largo tiempo, denunciar su abandono y pedirle perdón por la indiferencia social a su muerte.

En estos días ha habido fuertes movilizaciones sociales por el cierre de un medio de comunicación por orden de un juez; se han hecho declaraciones muy fuertes sobre la vuelta a tiempos pretéritos de falta de libertad; sobre ataques criminilizadores hacia una lengua.

Cierto es que en democracia se puede y es legítimo discrepar de las decisiones de los jueces, pero preguntamos bien alto a la conciencia de esas miles de personas que acudieron a estas protestas, dónde estaban este domingo, dónde estaban durante estos ocho años.

Con mucho dolor y pena te doy las gracias, Manoli, por mostrarnos el bien absoluto .