Es un clásico en vísperas de elecciones, propio de partidos ultraconservadores. Incluso la derecha moderada lo utiliza cuando se deja llevar por el extremismo de algunos, para ganar ciertos votos. Estos extremistas han celebrado las recientes declaraciones de Angela Merkel, en el sentido de que el multiculturalismo ha fracasado en Alemania y de que los inmigrantes deben integrarse en la sociedad alemana y adaptarse a sus costumbres. De acuerdo, pero eso no justifica la obsesiva campaña contra la inmigración del PP, supuestamente más civilizado que Le Pen, Wilders y la nueva extrema derecha sueca.

Recuerdo los muchos españoles que, en los años 60 del siglo pasado, emigraron a Francia, Suiza, Bélgica y Alemania, donde echaron raíces y ahora tienen hijos y nietos que se sienten de esos países por los cuatro costados. El magnífico documental francés Ser y tener nos muestra una escuela en la que el profesor, Georges López --un francés de padres andaluces--, tiene modales, costumbres y cultura totalmente franceses. Algo parecido vemos también en El Padrino , en la que Vito Corleone ve a sus hijos (Sonny, Fredo, Bonnie y Michael) comportarse como ciudadanos estadounidenses, sin respetar apenas las costumbres sicilianas del padre.

Pero una cosa es integrarse y otra conservar lo propio. No se puede convertir a una persona en un robot programable. Los dirigentes del PP justifican su actitud en la crisis, en que hay que dar los escasos puestos de trabajo a los nacionales, y en la creencia de que los inmigrantes hacen peligrar las costumbres españolas. Aznar, sin embargo, recurrió hábilmente a los inmigrantes para llenar la caja de la Seguridad Social, entonces condenada a una quiebra segura, por la baja natalidad española.

Jualián Juan Lacasa **

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