Murió dictando su último artículo, como si el hilo invisible que le atara a la vida fuera un rosario de letras, una senda de palabras con las que iba y venía por la vereda de la Historia. Ha muerto parapetado tras la sombra de un sillón que la Academia le negó por incorrección política. Una bruma de verano baña la dacha que le llora.

Su lectura nos abría el apetito por la metáfora, con esa cadencia firme de un estilo inconfundible. Descubría las palabras como un arqueólogo del lenguaje, y su leve brocha de pintor sabía sacar brillo al tema más candente, aburrido, amable, tórrido, sátiro o cómico que anidara en su cabeza. De una anécdota trazaba una teoría, de un detalle creaba un mundo y del formulario más gris hacía jirones de poesía entre los cigarros del Café Gijón.

Madrid fue para él teatro y personaje, desde que abandonó aquél Valladolid insomne de guardias moras, Píos XII y generales sin un ojo. Arrastró su sombra de dandy, su dandismo sin sombra aún, por pensiones inconfesables que sabían a soledad. Pero el tableteo tozudo con el que nacen las letras de la olivetti le reservaba un futuro glorioso en El País, Diariao 16 y, finalmente, El Mundo . Se enfadó con media clase política, buen número de periodistas y algunos escritores, si bien es cierto que cultivó amistades tan sublimes como las de Cela, Fernán Gómez, Marichalar o Ramoncín . Hizo de su literatura una pasarela de seres extraordinarios y fantasmagóricos que nunca supimos si existían o no, pues todos ellos eran imágenes cóncavo-convexas en el espejo de su prosa inimitable. Quiso ser, y lo consiguió, el delicioso esperpento valleinclanesco de nuestro marchito siglo XX.

CREO QUE fue García Lorca quien dijo de Pedro Salinas que hacía "prosía", pues sus versos sin rima podían yuxtaponerse en un texto sin perder por ello su lirismo. A Umbral podría aplicarse el mismo experimento pero justo al contrario, porque sus larguísimos párrafos podrían desguazarse en sublimes versos a cantar por el mejor rapsoda. Su prosa era poesía, su poesía no era más que prosa a borbotones.

Buena cuenta de ello la da su mejor libro, Mortal y Rosa , y quizá no es casualidad que el título de este bello ejemplo de prosía desgarrada estuviera inspirado en un verso del genial Salinas . Muerto Pincho , su hijo de cinco años que no pudo sobrevivir a la leucemia, Umbral vomitó sobre el papel toda la lírica que llevaba dentro. Ya nunca más volvería a "escuchar cómo crecía su hijo", pero el rumor indeleble de su voz nos acompaña cada vez que deshojamos, rosas y mortales, esta obra cumbre de la reciente literatura española.

Con Umbral se ha ido una forma de escribir jugando, como escriben los grandes. Fue notario del azar, de esa causalidad poco probable que es la vida y sus alrededores. Disfrutaba escribiendo, pero en sus palabras no sólo había ejercicio literario y estilista, sino también puro análisis, clarividente y certero, de todo cuanto acontece en la prensa y más allá. Umbral fue un genio porque supo analizar deleitando, combinó pasión y razón, sin que "los labios llegaran a perder la cabeza" y la cabeza no dejara de ser más que un rumor de labios que se buscan. Una vez, Jorge Guillén le escribió: "Usted, Umbral, ya sabe que me gusta mucho y no sé qué, pero le quisiera decir una cosa, que no puede, a la vez, jugar y juzgar". Y él le contestó: "Querido Guillén, usted, con esa frase, está también jugando y juzgando". ¿Qué es la literatura y el periodismo, sino un juego de juicios entrecruzados?

No es hora de juzgar a la persona, sobre todo para aquellos que no le conocimos; pero sí de valorar al escritor, sobre todo para los que le hemos leído y leeremos. Umbral se ha llevado entre cenizas el cincel con el que esculpía sus columnas, ésas que nos desayunábamos cada mañana para ver si aprendíamos a juntar letras para crear música. Su vida, escultura de palabras, ha sido el farallón de luz que precede a la eternidad.

*Profesor de Historia

Contemporánea de la Uex