Salvo los hombres y mujeres de la mar, pocos saben, y menos se preocupan, del mundo de los barcos, cuyas peculiaridades se reflejan repetidamente en las películas donde el capitán oficia un enlace nupcial a bordo , o registra las últimas voluntades de algún moribundo, como si fuera un notario.

Aparte de esos breves fogonazos peliculeros, son contadas las noticias sobre barcos que llegan a nuestros oídos, a excepción de aquéllas en que el barco forma parte de alguna historia dramática.

Estos días nos ha asaltado la noticia del barco holandés Ostedijk, que a causa de los gases producidos por la súbita descomposición de la carga, tuvo que ser fondeado frente a las costas gallegas, mientras la tripulación se ponía a salvo de las tóxicas e irritantes emanaciones.

Más aun nos ha llamado la atención el caso que días atrás ocupaba varias primeras páginas de la prensa, el Polar, barco negrero , que con 176 inmigrantes ilegales a bordo fue, tras ser fondeado por ambas anclas, abandonado a su suerte por la tripulación frente a las costas de Gran Canaria.

Toda esta humareda amarilla alrededor de estos escándalos marítimos dan la impresión de que el mundo de los barcos fuera, una especie de reino de Sodoma , al margen de la ley.

Lo cierto es que un barco es un mundo separado, una pequeña parte de un país en medio del mar, que lo mismo atraviesa aguas territoriales de distintos estados que surca aguas internacionales.

Y es curioso, porque si un capitán de cualquier buque, bajo pabellón español, se encuentra con un polizón ilegal a bordo y lo acoge, le está dando entrada a su país, y se verá en la tesitura de tenérselo que quedar hasta que lo devuelva al país de origen, o hasta que recale en un puerto español para su posterior extradición. Es terrible porque el capitán sabe que si lo ignora se quita un problema de encima , y aunque se le caiga accidentalmente por la borda, nadie reclamará, pero que en cambio se busca tremendas complicaciones si lo recibe, porque es frecuente que ningún país quiera hacerse cargo de estos visitantes no invitados, que simplemente son inmigrantes ilegales.

Realmente, cuando un barco, opta por rescatar a los náufragos de un buque a la deriva, o de una patera, se está buscando un problema de hondo calado, que evitaría con un suave giro del piloto automático, toda avante, y proa hacia el horizonte. Ni siquiera pasaría nada si descuidadamente le pasara por encima, y lo hundiera.

El problema que se le plantea a cualquier barco que se encuentre con otro a la deriva no es chico, porque aunque la ley obliga a los buques a prestarse asistencia, pudiendo incurrir en un delito en caso de no acudir debidamente en su socorro, el hecho de prestárselo supone asumir la responsabilidad de unos tripulantes, o un pasaje, que de venir indocumentados, pueden ponerlo en un serio aprieto, como le sucedió el verano pasado al pesquero español Francisco Catalina , que tras molestarse en interrumpir la faena en plena campaña de pesca --con las pérdidas económicas que eso conlleva--, para rescatar a 51 inmigrantes frente a las costas de Malta, necesitó de la intervención del Ministerio Español de Asuntos Exteriores, para exigir a las autoridades de ese país el cumplimiento de los convenios de organización marítima de 1986, ratificados por ambos países, para poder desembarcar a los náufragos.

Menos mal que el pesquero español faenaba bajo bandera española, que viene a ser como ser un trocito de España en el mar; que cumplidas sus no despreciables obligaciones, y un sin fin de requisitos ampliamente documentados, puede ampararse en nuestras leyes y recabar la protección del Estado en estos casos.

Pero la globalización también afecta a los barcos, y ya hace muchos años que numerosos mercantes navegan bajo pabellón de conveniencia, asumiendo la nacionalidad de países que por intereses económicos exigen a sus buques unas condiciones infinitamente menos rigurosas, considerablemente más baratas, y por supuesto de menor calidad, tanto a nivel de seguridad del propio barco como a nivel de personal. Un dato: de los 289 buques mercantes controlados por armadores españoles sólo 175 operan bajo pabellón español, haciéndolo los 114 restantes bajo pabellón de conveniencia. Este sistema se repite, preocupantemente por sus nefastas consecuencias, en la flota pesquera. Baste saber que en solo 10 minutos y 88 euros se puede tener un pabellón de conveniencia. Son los llamados barcos piratas, que con bandera de Liberia, Belice o Camboya no solo evitan pagar impuestos, sino que se zafan de múltiples responsabilidades exigidas en los demás países, siendo los que ocasionan más problemas al medio ambiente, a los profesionales del mar, y a los otros barcos, pequeños mundos desconocidos, entre el mar y el cielo.

*Profesora de Secundaria ypiloto de la Marina Mercante