El papel de la ONU en la caótica y cruenta posguerra de Irak volverá a ser objeto de discusión esta semana en el Consejo de Seguridad a instancias de Estados Unidos, la potencia ocupante. Bush persigue una resolución que incentive que otros países se involucren militarmente en el conflicto bajo su mando y le ayuden a acabar de ganar la guerra y a reconstruir el país devastado por Sadam, el embargo y la invasión anglo-estadounidense que derrocó al dictador iraquí. Sólo José María Aznar y pocos gobernantes más no han necesitado ser estimulados para implicarse. Tropas españolas han relevado ya a las norteamericanas en Diwaniya y la ministra Palacio ha defendido a pies juntillas en la ONU la posición de Bush. Pero en Washington se atisba el peligro de que el presidente no sea reelegido si la aventura iraquí se empantana y la factura económica y de vidas es alta. Y las demás potencias que se opusieron a la invasión rechazan implicarse en Irak sin un traspaso de la responsabilidad política a una fuerza multinacional bajo mandato de la ONU. Ambos factores deberían bastar para que ésta deje de ser una simple ONG en Irak. Por el bien de los iraquís, de la estabilidad de la zona y del derecho internacional.