Lo ha de decir. No puede afirmar otra cosa. Es la señora Ana Palacio, que asegura que las armas de destrucción masiva de Sadam Husein existen y que aparecerán en cualquier momento. Si así lo declara el señor Aznar, ella ha de repetir lo que afirma el que la nombró. Más fidelidad personal no se puede pedir.

En Washington, el Senado investiga si el presidente Bush exigió de los servicios secretos informes terroríficos sobre el presunto arsenal iraquí que le sirvieran de coartada para desencadenar la guerra. En Londres, los diputados le hacen subir los colores a la cara al primer ministro señor Blair, exigiéndole que declare si exageró el peligro y si mintió. En Madrid, la oposición pide que el señor Aznar comparezca ante el Congreso y confiese de dónde se sacó la existencia de aquel armamento. Es la globalización de la desconfianza de los representantes del pueblo hacia sus gobernantes. ¿Qué quiere? ¿Que mientras en EEUU y en el Reino Unido los parlamentarios quieren saber qué ocurrió antes de que se lanzara el primer misil, los de aquí se conformen con una verdad oficial que poca gente se cree?

Con Bush y Blair, a las duras y a las maduras. Lo que la guerra unió, la posguerra lo mantiene unido. Fue muy grato el encuentro del señor Aznar con los dos en las Azores. Si ahora se les exigen explicaciones y ya no es tan placentera aquella compañía, forzosamente lo tiene que aceptar. Puede ser que su situación sea más comprometida. Sus compañeros pueden saber que mintieron, mientras que él, sencillamente, se los creyó y dio el a la guerra de buena fe.