Las peores previsiones se han cumplido y el futuro de la UE es incierto. El proyecto de Constitución europea carece ahora de calendario, justo en el momento en que tiene que concretarse el paso de una Europa de 15 países a una de 25, con la incorporación de muchas de las naciones que aguardaban la oportunidad de subirse a ese tren tras la caída del muro de Berlín. No han sido ellas las que han frustrado la reunión de Bruselas, sino el comportamiento cicatero de quienes forjaron la Europa de los Quince. Alemania y Francia, con la calculada comprensión de Gran Bretaña --y la nulidad absoluta de la Italia que preside Berlusconi-- han preferido dejar para más adelante, sin fechas, el ambicioso proyecto de crear una UE tan política como económica.

El papel de la representación española, que ha dirigido por última vez José María Aznar, ha dejado un referente negativo. España ha estado, más que nunca, lejos del núcleo central que impulsa la integración. Ha conseguido que no se adopte un reparto de poder de veto en la futura UE que mermaría sus posibilidades. Pero el triunfo es sólo aparente, porque la futura Constitución europea recuperará tarde o temprano su andadura, y España deja heridas abiertas.