La educación es la base sobre la que cualquier nación debe cimentar el desarrollo y prosperidad de sus ciudadanos. Mucho se habla en la calle sobre si ésta debe orientarse hacia un modelo de izquierdas o de derechas. Es un error, pues en el mundo occidental sólo han existido dos modelos educativos: el católico y el protestante.

El modelo católico, seguido a lo largo de los tiempos en España, se fundamenta en la idea platónica que desarrolló en el siglo XVII el filósofo inglés John Locke , quien consideró que en un principio la mente semeja un papel en blanco donde lentamente se graban las impresiones adquiridas a través de los sentidos. El esfuerzo en el estudio es la herramienta que permite llenar ese espacio diáfano con los múltiples conocimientos que capacitan al hombre para desbrozar la realidad que le rodea y progresar hacia una vida mejor. Otro aspecto que define al modelo es la autoridad del profesor, imprescindible para orientar con eficacia el esfuerzo del estudiante. La historia nos demuestra que hemos invertido escasos recursos económicos en la educación y ello ha repercutido en un enfoque casi absoluto hacia los aspectos teóricos en detrimento de la enseñanza práctica, hecho que ha provocado un grave retraso en algunos campos, como el científico y el técnico.

XEL MODELOx protestante o angloprotestante se basa en la educación sentimental heredera del romanticismo rousseauniano. Pretende sacar a la luz y desarrollar las capacidades que cada individuo atesora, al tiempo que lo convierte en protagonista de su proceso educativo. No somete al alumno a esfuerzos memorísticos innecesarios; sólo exige aquello que es imprescindible para completar la formación. Enfatiza la formación práctica, de tal guisa que el egresado estará capacitado para ejercer profesionalmente, con lo que se solventan las dificultades de incorporación al mercado laboral. El modelo requiere grandes inversiones económicas, y de ahí su arraigo en países fuertes como los EEUU.

¿Necesita España cambiar su modelo educativo? Por supuesto que sí. Existen dos argumentos fundamentales que obligan ineluctablemente a modificar los sistemas de enseñanza: por un lado, el cambio de mentalidad, actitud y formación de las nuevas generaciones, crecidas al abrigo del estado del bienestar propio de las últimas décadas; y por otro, la profunda crisis económica que nos acecha como consecuencia de las lesivas deficiencias estructurales que padecemos.

En julio de 1997, el gobierno laborista británico se adelantó a la idea del cambio tras publicar el informe La Educación Superior en la Sociedad del Aprendizaje , conocido como Informe Dearing. Entre sus jugosas aportaciones destacan los siguientes comentarios: "la educación superior abre la posibilidad de mejorar la calidad de vida; en consecuencia, los estudiantes pagarán una parte del coste de su enseñanza, aunque sea después de licenciarse. En lugar de ofrecer títulos cerrados, los centros de enseñanza deben ofrecer una formación flexible y abierta, enseñando a los jóvenes a aprender a cambiar y despertando en ellos la capacidad permanente de autogestionar un proceso de cambio y formación continua. Hay que dominar la tecnología de la información y poner énfasis en la gramática y la dicción".

¿El Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) o proceso de Bolonia satisface la necesidad del cambio? España necesita imperiosamente subirse al tren de la modernidad, aunque --dada la secular idiosincrasia de su modelo-- precisa ciertas aportaciones al nuevo sistema. Resulta prioritario incrementar de manera sustancial las inversiones, pues si disminuimos la carga teórica y persisten las mismas actividades prácticas corremos el riesgo de transformar la universidad en Centros de Formación Profesional cualificados, algo muy distante del objetivo anhelado. No resulta aconsejable abandonar algunos valores educativos forjados en el pasado y que representan el nudo gordiano del anterior sistema de enseñanza: el estímulo en la cultura del esfuerzo y la autoridad del profesor --tan denostada hoy-- deben mantenerse en el nuevo EEES.

Según los últimos estudios, el 30% de los profesores universitarios realiza labores docentes e investigadoras; otro 30% está especializado en labores docentes y el resto vive en un limbo aureolado de molicie. La situación a todas luces se hace insostenible para un país que ansía recuperar posiciones en el estado del bienestar. Urge, pues, llevar a cabo reformas profundas que definan de manera clara el papel del profesor universitario, así como la creación de rigurosos mecanismos de control de sus actividades. Es hora de borrar la idea decimonónica de que el profesor recibe los emolumentos por el puesto y no por el trabajo desempeñado. Un socialdemócrata de raza como Felipe González viene advirtiendo desde hace tiempo que una porción importante del sueldo de los funcionarios públicos debe adquirirse por la vía de la productividad, de tal manera que prime en las remuneraciones el hacer y no el ser. Estoy convencido, al igual que González, de que la medida reactivará a gran parte del sector.