El saber universitario se concibe como una idea dinámica en continua evolución. De ahí que la universidad sea un centro activo de renovación de valores y conocimientos que necesita desarrollarse en un ambiente competitivo. La competencia es un instrumento de estímulo y de racionalización; es la forma más eficiente de asignar recursos y potenciar el progreso humano.

Sentado lo anterior, resultan sorprendente las razones que la Junta de Extremadura ha dado para no considerar conveniente la posible implantación de una universidad privada en Plasencia. El argumento de que supondría una competencia para las enseñanzas de la UEx carece de toda lógica. Desde un punto de vista objetivo porque, no solo un constante estado de alerta y competencia ayuda a superarse a los operadores universitarios, sino porque, si esa excusa fuera una razón válida, la Universidad de Extremadura hoy no existiría o, en todo caso, su creación se habría retrasado varias décadas.

Pensemos que en 1973, año de la creación de la UEx, con una España dividida en distritos universitarios estancos y con un territorio extremeño sin poder político autonómico, dotar a nuestra región de una universidad hubiese sido un ideal ilusorio, porque, según esa forma de pensar, habría resultado una competencia inasumible para las Universidades de Salamanca y Sevilla, a las que respectivamente estaban adscritas las provincias de Cáceres y Badajoz.

Pero también, desde un punto de vista subjetivo, la razón alegada puede resultar en sí misma una minusvaloración de los estamentos de la propia UEx. Este ánimo de protección presupone que nuestra Universidad, por insuficiencia de enjundia científica, docente y organizativa, no es competitiva y necesita la tutela de la administración regional.

EL OTRO argumento referido a que una universidad con sede en Extremadura generaría más riqueza al permitir contratar y cotizar en nuestra región tampoco es sostenible si se comparan los efectos económicos de una enseñanza presencial con los de una universidad online, ya que esta última puede dotarse de profesores deslocalizados y, en todo caso, no exige la residencia de profesores y alumnos en la región, todo lo contrario de una universidad presencial.

Como estos razonamientos resultan un tanto fútiles, hay a quien le ha dado por creer que tal negativa podría obedecer a otras razones; verbigracia, las ideológicas. Si fuera así, sería más inadmisible aún, pues no parece sensato que se pongan cortapisas al saber por razones estrictamente de pensamiento, ya que ello supondría privar de derechos a los españoles y actuar con un sectarismo difícil de encajar en un Estado democrático.

Y, a la vista de que, por el contrario, parece que se mira con mejores ojos otros proyectos universitarios a ubicar en Badajoz, no faltará quien piense que con este proceder la administración regional está discriminando territorios. En este caso se estaría dando la razón a los que constantemente recuerdan a nuestros regidores que el Norte también existe.

Las únicas razones válidas para negar la creación de una universidad deben obedecer exclusivamente a criterios técnicos y objetivos. Una negativa solo puede basarse en la ausencia de los necesarios estándares de calidad que cabe exigir a cualquier centro universitario, sea público o privado. En tanto no se analice un proyecto con objetividad e imparcialidad, toda respuesta puede resultar, no solo prematura, sino injusta y discriminatoria.