TEtn los últimos años recojo las nostálgicas quejas de muchos amigos, antiguos compañeros de facultad o, en general, ciudadanos interesados por lo que, pedantemente, llamamos tareas intelectuales. Van en el sentido de recordar cómo en la década de los 80 y principios de los 90, al menos en Cáceres, la universidad estaba en estrecho contacto con la realidad en la que se desenvolvía. Era habitual asistir a debates, charlas, polémicas curiosas y donde, lo más espectacular, dada su profusa ausencia hoy en día, se veía en la participación numerosa de profesores de la universidad, de alumnos, de gente interesada... donde la dialéctica, entendida como intercambio de ideas y opiniones, se desarrollaba con profundidad. Ahora nos conformamos con verla reproducida en los sainetes que nos presentan a todas horas las distintas televisiones con personajes y temas no sólo triviales sino también artificiales. Es la malentendida civilización del ocio. Estamos, pues, ante una universidad encostrada en sus cuatro paredes. Alejada de la sociedad para la que debe trabajar. Distante. Desconocida en general, siguiendo el mal ejemplo de muchos de nuestros políticos. Evidentemente hay extraordinarias excepciones. Pero es triste que sean los que tengamos que destacar y casi individualizar.

*Doctor en Historia