TEtl Defensor del Pueblo, Enrique Múgica , siguiendo la estela de Nicolás Sarkozy , y ambos diciendo en voz alta lo que piensan muchos ciudadanos, ha propuesto que para devolver la autoridad perdida a los profesores hay que empezar por la política de los gestos y que uno de ellos, ni siquiera el más importante, es, por ejemplo, que los alumnos se pongan de pie en el aula cuando entra el profesor y que, además, profesores y alumnos se llamen de usted y abandonen el tuteo. Son, repito, gestos, pero muy importantes y, además, sin coste económico. Y es que muchos de los problemas de nuestra mala educación no son económicos sino intelectuales, morales, de valores. En una sociedad que prima el ocio, el placer, la cultura de usar y tirar, donde no es necesario el esfuerzo ni el respeto a los mayores, esta propuesta, que es sólo una pequeña parte de lo que es imprescindible hacer para recuperar la escuela, parece toda una revolución.

Deberíamos buscar la escuela de la excelencia, de la autoridad moral y del respeto, pero nos podemos conformar con que impere una mínima educación, con que los alumnos no amedrenten al profesor, con que la violencia entre escolares se reduzca de unas cotas que van creciendo cada año y con que los alumnos vayan a estudiar y a dejar estudiar a los demás. No se trata sólo de que aprendan Matemáticas o Geografía --que ya sería algo-- o a pensar y a entender lo que leen y lo que escriben --que habríamos avanzado mucho más--, sino de que se formen como personas, como ciudadanos, en el esfuerzo y en el respeto a los demás. Sobre todo en el respeto a los que enseñan.

La escuela no es un lugar democrático donde se vota qué se hace cada día ni donde los alumnos hacen lo que les parece. Es un lugar de formación en desigualdad: los profesores enseñan y mandan --eso no significa que deban ser autoritarios-- y donde los alumnos aprenden y obedecen. Nadie debería tener que prohibir la utilización de los móviles en la clase o pedirle a un chaval que se quite la gorra. Pero yo he visto hasta manifestaciones estudiantiles protestando porque alguien había decidido que los móviles se apagaran en clase.

Lo que sucede es que esa educación en valores no empieza ni termina en la escuela. Es en la familia de cada uno donde debe tener sus raíces. Y ahí es donde más falla. Si mañana la ministra de Educación enviara, como van a hacer en Francia, una carta a todos los hogares españoles y a todos los colegios incitándoles a implantar esos pequeños cambios --de usted, por favor , con respeto--, la inmensa mayoría de los ciudadanos estaríamos de acuerdo. Y por ahí empezarían a llegar otros cambios realmente importantes, una mejor educación para la ciudadanía.

*Periodista