Ahora que se acerca la Navidad me ha dado por pensar en Jesús. No en el niño que pronto festejaremos sino en el adulto que creó un hermosísimo sueño de amor. El manso y humilde, que adoraba a los críos, bromeaba con los amigos, conseguía vino en las bodas, hablaba de lo divino y lo humano, salvaba a prostitutas y confortaba a ricos, pobres, viudas, mendigos, leprosos, proscritos, publicanos, centuriones y samaritanas. El que solo mostró su cólera épica con los mercaderes del Templo, a los que no presentó la otra mejilla y de las setenta veces siete no perdonó ni una. Los trató como se merecían, a latigazos. Echo de menos a alguien con sus arrestos en estos tiempos turbios. Porque los mercados no son un ente abstracto sino personas concretas con nombres y apellidos que obligan a los gobiernos a trastocar su objetivo de justicia, prosperidad e igualdad. Son ricos epulones camuflados en el sistema, que prestan un dinero podrido, amasado en la desesperación de quienes perdieron trabajo, sustento y hasta dignidad. En el dolor verdadero de gente inocente y modesta que, sin obligación de saber, se fió de gobernantes ingenuos cuya responsabilidad era conocer dónde se estaban metiendo. Los Austrias españoles se arruinaron por los intereses que para sufragar sus guerras les cobraron los banqueros centroeuropeos. Oro y plata de las Indias descargados en los puertos andaluces y enviados inmediatamente para satisfacer la deuda monstruosa. Los muros de la patria mía se desmoronaron a causa de la ambición y los usureros. Solo quedó hambre y atraso. Siempre es lo mismo. Y lo que queda es otra vez la famélica legión. La voracidad de los prestamistas exige que se les arrebate a los pobres hasta la mínima ayuda. Despojos de funcionarios, jubilados o parados que hacen rebosar unas arcas ahítas. Y cada vez que ZP , brújula loca, oprime un poco más a los parias desamparados por satisfacer a los mercachifles, estos, grasientos y satisfechos, le hacen un guiño y prolongan su agonía. Nadie los expulsará a latigazos.