Mis primeros recuerdos televisivos no son de dibujos animados, sino de V, aquella serie de los años ochenta donde unos extraterrestres de apariencia humana llegan a nuestro planeta, aparentemente en son de paz y pronto comienzan a ocupar los puestos de poder en la sociedad.

Bajo su disfraz de personas, sin embargo, son reptiles que se alimentan de ratones y tarántulas y cuya verdadera intención es robar toda el agua de la Tierra y comerse también a los humanos, dejando algunos como esclavos.

Pocos saben que la serie era una adaptación, bastante libre, de la novela antifascista No puede suceder aquí (1935) de Sinclair Lewis, una distopía donde los nazis se infiltran y hacen con el poder en Estados Unidos.

A lo largo de la serie, el periodista Mike Donovan y la doctora Juliet Parish liderarán la Resistencia frente a los visitantes, comandados por la atractiva Diana, que deja de serlo cuando se quita la máscara para engullir alguna rata.

En los últimos años, representantes de nuestras más altas instituciones han quedado desenmascarados como seres muy distintos de lo que creíamos.

Rodrigo Rato, el tan ensalzado ministro de Economía y Hacienda y luego director-gerente del FMI, se reveló como un devorador de ahorros ajenos y un insaciable blanqueador de capitales.

Ignacio González, el delfín y sucesor de Esperanza Aguirre como presidente de la Comunidad de Madrid, fue detenido por los delitos de organización criminal, prevaricación, malversación, cohecho, blanqueo y fraude.

Caso Gürtel, Operación Lezo, Trama Púnica, etcétera, en Madrid, por no hablar de la comunidad valenciana, donde Eduardo Zaplana («yo estoy en política para forrarme») creó escuela, o de la catalana, donde el molt honorable Jordi Pujol y su familia se servían de lo público como de un bufé.

Mientras en Baleares, Iñaki Urdangarín urdía sus chanchullos pues nadie negaba nada al yerno del monarca, y en Andalucía, otros lagartos se comían el dinero destinado a los parados.

Y tantos y tantos casos, cajas de ahorro, desfalcos en obras públicas, tantos reptiles engullendo los bienes públicos. Si para algo sirvió aquella «moción imposible» tan intempestiva de Podemos fue para recordar estos casos que ya a muchos aburren, en los que los apologetas de lo privado fueron saqueadores de lo público.

Es bien sabido que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, pero la peor corrupción es la que acabamos creyendo natural e inevitable, y nos condena a ser nosotros los que traguemos sapos y culebras, por no decir otra cosa.

V terminaba con los visitantes controlando toda la Tierra y los derrotados supervivientes de la Resistencia haciendo una desesperada llamada de ayuda al espacio exterior.

* Escritor