Por entre la celosía del sueño vi cómo lo llevaban al hospital con carácter urgente. Desde 1975 venía sufriendo depresiones causadas por la estrategia que lo desposeyó de sus pertenencias y lo expulsó de su tierra.

El se había armado de paciencia esperando ayudas exteriores que nunca llegaron. Ninguno de los influyentes de la tierra ponían sus ojos en la realidad actual y hostil que venía padeciendo. Las pocas miradas hacía él se quedaban en simples espejismos. Le ayudaron amigos para sacarlo de su depresión, de los malos tratos y del olvido, pero de nada sirvió esta ayuda.

Se fue agotando su paciencia y al escuchar a otros que no tenían más remedio que armarse para la guerra decidió formar parte de la Columna de los 1.000 y unirse a la cadena humana que se formaría frente al vergonzoso muro de más de 2.000 kilómetros levantado por Marruecos. Así, si los gobiernos y la ONU los vieran con sus manos enlazadas y con palomas de paz tal vez los pondrían en el punto de mira internacional.

Tuvo la mala suerte de pisar una mina y por eso es ingresado en urgencias, siendo su cuerpo destrozado una llamada a la atención mundial.

Lo que parecía un hospital vi que se transformó en despachos donde los médicos eran conocidos políticos con batas blancas y miradas ciegas. Políticos que seguirían absteniéndose de las votaciones a favor de un pueblo herido, dando prórrogas y más prórrogas; preocupándose sólo de rellenar sus arcas y cuidar sus imágenes, siempre encorbatados y sus trajes limpios, sin átomos de arena, porque nunca se acercarán a la asfixiante tierra donde falta de todo para hacer justicia, a más de 160.000 almas, desterradas en la Hammada argelina; como tampoco atenderán al joven ingresado que agoniza en al UCI, porque al fin y al cabo ¿qué es para ellos?, un saharaui más, al que no miran como persona. Y así, por los siglos de los siglos...

José Gordón Márquez **

Azuaga