TTtener vivienda en propiedad es una de las metas del español clásico --el de España de toda la vida, cocido en invierno y gazpacho en verano--. Es como si al nacer nos estuviera esperando junto a la matrona un agente inmobiliario y nos hiciera una ficha obligatoria de futuro cliente comprador. Sí, los españoles tenemos una muy apegada propensión a tener todo en propiedad, por lo tanto, cuando comenzamos a trabajar también comenzamos a olfatear inmobiliarias. De hecho, es costumbre muy dada en parejas españolas permanecer en estado célibe hasta que tienen las escrituras de un pisito, luego lo amueblan y directos al altar --o al ayuntamiento en algunos casos--. Aunque cierto es que cada vez se fomenta más el alquiler y se practica con más asiduidad la convivencia extramatrimonial.

Si usted es propietario y habitador de una casa de las denominadas unifamiliares, apenas tendrá obligaciones y compromisos fuera de su hogar. Notará uno o dos vecinos pegados a sus costados, y algunos deberes que cumplir. Pero si un día decidió adquirir un piso, la cosa cambia. Tendrá vecinos sobre usted, bajo usted, y alrededor de usted, gente con los que se saludará en los rellanos de las escaleras, en el ascensor y en el portal, zonas comunes que pueden ser causa de desavenencias y rencillas. Con un poco de suerte, usted irá a dar a un bloque nada conflictivo y a un piso rodeado de vecinos silenciosos. Pero cabe la posibilidad de que se vea viviendo en un territorio comanche, o bajo un laboratorio de ruidos, o junto a una fonoteca para sordos.

De un vecino se puede esperar una pizca de sal, dos dientes de ajo y un platito de pan rallado, pero también diez kilos de decibelios de rumbas en la noche o media arroba de gritos pelados durante la siesta.

Al comprar usted su piso sabe los metros cuadrados que tiene de superficie, su distribución, orientación y características de los materiales, pero no sabe quiénes serán los vecinos a los que tendrá que aguantar. O los que tendrán que aguantarle.