WLw a Unidad de Trasplantes de Extremadura acaba de celebrar su vigésimo aniversario. Desde aquel niño de 11 años, interno en el colegio Hernán Cortés de la Diputación de Badajoz, que ingresó con un tumor cerebral terminal en el Hospital Provincial y al que se le extrajeron los órganos porque los médicos tuvieron la bendita osadía de adelantarse a la administración sanitaria y a las propias condiciones hospitalarias, que no estaban preparadas ni material ni mentalmente para empezar las extracciones, ha evolucionado, muy considerablemente, la donación y el trasplante de órganos en la región. La sociedad extremeña es, en donación, mayor de edad. Hace una década, esta región era la primera en negativas familiares (hasta en el 85% de los casos ha habido rechazo de la familia del fallecido a que sus órganos sirvieran para dar vida a otras personas); ahora las negativas apenas significan un 6,5%, la mitad de la media nacional de un país que tiene el mejor sistema de trasplantes del mundo. Sin embargo, la tasa de donaciones es de las más bajas de España: 25 donantes por millón, frente a los 35 de media. Este hecho es un contrasentido y una anomalía: ¿por qué hay menos donaciones cuando hay menos familias que niegan la donación de los órganos de sus familiares fallecidos? La respuesta no apunta tanto a la sociedad como al sistema sanitario, a que todos los recursos --en la región hay tres hospitales preparados para trasplante de órganos-- estén con la mentalidad de la donación y del trasplante, que hasta ahora parece que es una labor exclusiva del Infanta Cristina, cuando en realidad debería ser del Servicio Extremeño de Salud.