En su segundo debate televisado, dedicado a la economía, los senadores Barack Obama (demócrata) y John McCain (republicano) trataron de analizar las causas y ofrecer remedios para una crisis que amenaza con desencadenar una nueva gran depresión. Obama cargó sobre su adversario el balance catastrófico de la presidencia de Bush, con sus desregulaciones excesivas y sus favores a los ricos, mientras que McCain propuso un plan de rescate de hipotecas para aliviar a los propietarios frustrados. Ningún candidato presentó ideas nuevas o atrayentes, pese a que la mayoría de las preguntas de los electores versó lógicamente sobre temas económicos, con gran desesperación de un McCain empeñado en conducir el debate hacia el terreno de la experiencia y la personalidad, las guerras exteriores y la necesidad de un aguerrido comandante en jefe, no de un joven doctrinario.

Además de que los demócratas tienen ventaja cuando la elección se dirime en el terreno económico, Obama se mostró más coherente y convincente, según el dictamen de casi todos los analistas, y dispone de una superioridad psicológica que empieza a resultar insuperable y una ventaja que llega hasta los 10 puntos. Porque en la voluntad de ambos de romper con la Administración de Bush, no cabe duda de que el demócrata transmite mejores sensaciones y suscita una mayor esperanza. Las encuestas reflejan una firme confianza en Obama para sacar al país del atolladero, aunque también una inquietante inclinación hacia el aislacionismo. A menos que se produzca un vuelco, derivado de algún acontecimiento imprevisible, Obama se dirige a su cita con la historia el próximo 4 de noviembre.