TTtiene Badajoz una costa seca (pronto tendrá un puerto seco) que cada noche se anima con luces, risas, brindis y humo de parrillas. Sin esa costa, alivio de canículas, Badajoz sería menos soportable. Un cinturón de ventas o restaurantes de las afueras (los chilenos los llaman fuentes de soda ) acogen cada noche a cientos de pacenses que entre calimocho y panceta, solomillo y cervecita, Aután y cachondeo, burlan al calor y solazan a una tropa infantil que se resiste a ir a la cama. Bullicio de columpios, jolgorio de quienes intuyen vacaciones prontas, sillas mecidas, bostezos infantiles, cuentas hechas al amor de una sonrisa, y ese carácter de nuestros hosteleros que invita a volver y que se transforma en amistad al final del verano, son datos para que esta costa entre a formar parte de la oferta original de la ciudad. No es fácil darle la vuelta a un lugar sin mar para convertirlo en costa, sobre todo si las costas más cercanas están a doscientos kilómetros. Ese esfuerzo que realizan los profesionales de las ventas de Badajoz debe ser equiparado al que hacen otros con la ventaja de tener como telón de fondo todo un océano y de clientes a ciudadanos y ciudadanas dispuestos a echar la casa por la ventana porque están de vacaciones. Y debe ser reconocido.

A los nombres míticos de don José o Evaristo , venteros de pro y de antiguo, se unen ahora nuevos carteles con nuevos bríos. Dicen que antes las noches de verano en Badajoz eran insoportables, de cigarro en el balcón y chorros de agua en la bañera. Eso pasó porque por mucho que apriete el calor, siempre podremos soñar con la noche en una venta, con la brisa de un calimocho y la amabilidad de un camarero.

*Dramaturgo y director del Consorcio

López de Ayala