Anda uno extremadamente preocupado estos días, porque en el breve espacio de 72 horas dos jueces han metido la pata de una manera solemne. Primero, el juez Del Olmo, una pena, al tratarse del mismo que tan extraordinario papel ha desempeñado en el sumario del 11-M, durante muchos meses en los que demostró ser un gran jurista y un magistrado cabal. No sé qué bicho le ha picado para salir con el retruécano del secuestro de la revista ´El Jueves´, aparte de haber sido estúpidamente instado a ello por el fiscal del Estado. Y menos mal que, aunque un poco tarde, la vicepresidenta primera del Gobierno desmarcó a éste y a sí misma de alguna manera, pese a que en un primer momento su actitud (la suya y la de su Gobierno) había sido más que ambigua. Pero la culpa última es del juez, por supuesto, que ha tomado una medida impropia del tiempo en que vivimos y que no puede explicarse por aquello de que está previsto en las leyes. Hay demasiadas cosas previstas en la legislación que no es obligatorio aplicar.

El otro es ese juez de Murcia que ha negado a una mujer la custodia de sus hijas por ser lesbiana y que ha hecho afirmaciones y comparaciones intolerables sobre la condición de los homosexuales. Este juez no puede seguir ni un minuto más impartiendo justicia, pues no imparte eso sino juicios de valor ideológicos y sectarios, que además quedan fuera y en contra de la legislación constitucional y ordinaria de España. A veces me pregunto por qué ponemos tanto poder en los jueces, a los que no ha elegido nadie, aunque en seguida recapacito y pienso en eso de la división de poderes y el Estado de Derecho, etc. También pienso que los jueces que actúan como Ferrín Calamita son los menos, pero nada garantiza que pudieran ser los más. Sobre los jueces y sus funciones tenemos que debatir y recapacitar mucho, porque ya es un buen rosario de sucesos judiciales que nos ponen con el alma en vilo. Tenemos que debatir sobre el asunto, pero debatir como seres civilizados, no como líderes políticos endemoniados con la conservación o la conquista del poder.