TItnauguramos un tiempo nuevo y asistimos a su enfurecido nacimiento, agobiados por el ruido y la impaciencia de los acontecimientos. Personalmente me abruma el torrente desbocado de sustancia tóxica informativa que hierve en las calderas de la prensa digital y en los submundos de las redes sociales, donde se esconden insurrectos de categoría.

Inauguramos un otoño aterrador alejado de la estampa bucólica que siempre sugiere la estación que más hermosea a Extremadura por su imponente belleza de bosques inexplorados y por tanto no amados. Imposible permanecer impasible ante tan injusta deuda histórica.

Pero no me refiero a ese "mantra" económico que susurran con tibieza los políticos que desembocan en la Presidencia de la Junta o Gobierno regional. Mis deudas son otras. Me enfada que España no reconozca la colosal arquitectura de oxígeno que distribuye Extremadura hacia el pulmón fatigado de Europa como metáfora de sanas aspiraciones. Me enfada que no se reconozca a Extremadura como luz que da luz...

Es posible que Extremadura no halle acomodo en el actual lupanar en que se ha convertido el mapa autonómico; un festín de Babel que produce vértigo y que nos conduce a un fatídico kilómetro cero de la política tal y como la tenemos concebida hasta ahora. Puede que Extremadura haya sido depositada por descuido en la misma cuneta en la que se abandonan, a propósito, las páginas de cualquier programa electoral cuando a las doce de la noche cae el telón sobre las urnas...

XY DESDE LUEGO,x no me cabe ninguna duda de que Extremadura no cuenta demasiado en las prioridades vitales del devenir político, más preocupado y ocupado en acarrear ovejas descarriadas. Mucho me temo que el redil ha reventado provocando una fuga de afectos y complicidades. Y en medio de este turbio panorama... nosotros, Extremadura, la de amaneceres limpios como el cristal, la de profundos silencios. Nosotros, eterna Penélope petrificada en la estación de la luz.

Digo que inauguramos un tiempo nuevo y convulso de imprevisibles escenarios políticos e ideológicos, al tiempo que confieso mi escepticismo por el agotamiento detectado en las reservas de un caudal llamado "optimismo". Un caudal que baja peligrosamente en el horizonte y hará de los años venideros un tiempo aún más hostil y árido de proyectos.

Podemos preguntar a cualquier extremeño ¿cuántos trenes ha visto pasar en los últimos días por aquï? ¿cuántos trenes en forma de promesa iniciática ha visto parar en su pueblo? ¿cuántos trenes de alta velocidad han surcado el mapa de esta despensa verde?. No llevo la cuenta de los sueños esfumados entre las vías de un tren que ya no nos llevará hacia ninguna parte. Un tren que perdimos por desidia, o por exceso de equipaje inmoral; un tren que perdimos por fallo técnico del maquinista que ¡oh casualidad! olvidó parar en la estación donde siempre quedamos los mismos, agolpados en un andén de objetos perdidos...

Entre las brumas de mi memoria permanece vivo el recuerdo de una imagen a la que recurría con frecuencia el expresidente Ibarra en sus discursos de aquella Extremadura de hace 20 años, y no era otra que la del extremeño abandonando su tierra maleta en mano en busca de trabajo; según Ibarra sus políticas erradicaron tan pésimo topicazo. Pero... entonces ¿qué ha pasado para que los descendientes de aquél extremeño se vean obligados a emprender un nuevo viaje cargadas sus maletas de incertidumbres, de años perdidos y trenes que nunca llegaron?...

Sí... puede que ahora este supuesto "ni-ni" viaje cómodamente en avión desde Talavera, aupado a los cielos por las hélices de un ave fénix... pero lo cierto es que sus metas serán tan difusas como las del abuelo, tan negras como el horizonte que intuyo desde esta estación, donde siempre veo gente esperando... esperando... ver pasar los trenes.