El problema no es que a una autoridad eclesiástica --sería lo mismo si fuera civil, ojo-- le cause más tristeza la actuación de una drag en el carnaval de Las Palmas que la muerte de 154 personas en el accidente de Barajas de 2008. El problema, o como quiera calificarse, es que la institución a la que pertenece --la Conferencia Episcopal-- no haya censurado a la autoridad por comparar tristezas.

Como se sabe, en la gala Drag Queen del carnaval de Las Palmas de este año ha triunfado una drag vestida primero de Virgen y crucificada después como Cristo, más o menos. Por cierto, la drag se llama Borja Casillas y, para más inri, estudia para profesor de religión.

El caso es que al obispo de Canarias, que debería estar habituado a estas carnavaladas (siquiera porque el carnaval precede a la cuaresma, lo cual lo explica todo), el espectáculo no sólo le ha parecido «una frivolidad blasfema» sino que le ha entristecido --y mucho-- por ser el que ha triunfado. «Triunfado en los votos y triunfado en los aplausos de una muchedumbre enardecida», escribía el obispo en su carta de tristeza, en la que confesaba que el día más triste de su vida había sido el del accidente del avión en Barajas. Y añadía: «A partir de hoy diré que estoy viviendo el día más triste de mi estancia en Canarias», en referencia a la actuación de la drag, la cual, por cierto, ha reconocido cuál era su propósito: «Buscaba polémica, ser irreverente y ganar».

Contrastando ahora, sería difícil saber quién ha pecado más, si la drag o el obispo. Porque si la drag buscaba polémica y --gracias a su «frivolidad blasfema»-- la ha conseguido, también ha sido polémica y frívola y blasfema la comparación del obispo, que no ha dudado en poner en pie de igualdad, a efectos de aflicción, un espectáculo de carnaval y un accidente aéreo. Y, por lo mismo, si la drag buscaba ser irreverente, la misma o mayor irreverencia cabe atribuirle al obispo, capaz de sustituir la tristeza de 154 muertes por la tristeza de una actuación drag. Menos mal que la Conferencia Episcopal sabe perdonar a sus tristes, que pecan sin saber que pecan.