TYta es un clásico de estos agostos de crisis. Entre verbena y verbena, asoma un miembro del Gobierno para reconocer que se están pensando el asunto de los impuestos. De inmediato, desde lo más profundo del chiringuito, emerge el portavoz popular de guardia, para advertirnos de que se avecina el Armagedón fiscal para las clases medias. Algo grave en un país donde todo hijo de vecino o de Amancio Ortega se considera clase media.

Antes o después, ya no quedará dónde recortar en los presupuestos y deberemos afrontar cómo sostenemos la hacienda común, el gran dilema pendiente tras esta crisis que nos ha enseñado que los beneficios son privados e intocables y las pérdidas son públicas y culpa nuestra. Tras el asalto intelectual al Estado y lo público, vino el asalto fiscal. Se despiezó para el mercado todo cuanto tenía valor público. Pocos se quedaron a defender al Estado. Los cargos en su contra eran sólidos y salía a cuenta la doctrina dominante durante esta presunta década prodigiosa , mientras parecía posible mantener el supuesto círculo virtuoso de menos impuestos y más servicios.

Ahora ya sabemos que fue la década estúpida . Saneamos las cuentas estatales, desamortizamos monopolios y servicios públicos o rebajamos impuestos, para que bancos, ejecutivos y ciudadanos pudieran ejercer su libertad de endeudarse en las aventuras más extravagantes. El dogma rezaba que más iniciativa privada crearía bienestar, mientras que más iniciativa pública equivalía a despilfarro. Pero el resultado salta a la vista. Al paro y a la pérdida de competitividad y de productividad, se suma la deuda privada más disparatada de Europa. Cuando el verano sea un recuerdo, nosotros, la oposición y el Gobierno habremos de decidir si perdemos más tiempo en otro de esos debates gaseosos sobre ricos y pobres. O si optamos por afrontar la elección que marcará las próximas décadas. Cómo y quién va a sostener un sector público con capacidad para ejercer su función redistribuidora. Cómo, quién y, sobre todo, por qué razones va a pagarlo, ahora que sabemos que si el Estado no cumple esa misión, nadie más lo hará.