THtay una sensación general de final de curso, de que todo puede esperar y de que hay que dimitir de urgencias y responsabilidades: vacaciones.

Sea, pues, de obligado cumplimiento para todos el imaginario bando cívico que sugiere al ciudadano aplazar todo enfrentamiento y discusión; prestar dedicación y entrega en la fruición del cuerpo y aumentar sus sensaciones y pasiones, como el vagar, el yantar y hasta el acrecer el número de placenteras coyundas carnales; perder el tiempo, si menester fuera, en la parlería intrascendente, por mucho que el adagio clásico diga que calles si no puedes mejorar el silencio; mantenerse alejado de silogismos y colorarios y entregarse a la frivolidad de las cosas del corazón y aún más abajo, consciente de que quien tiene un amigo o amiga cotorra tiene el cielo ganado y el verano resuelto; evitar toda refriega política y cuidarse de corregir o enmendar al vecino; a más a más: prestarle enseñanza de cómo hay que holgar en las canículas y disfrutar el presente.

Sepa el ciudadano que no puede convertirse en un ser unidireccional que hace siempre lo mismo, y que en verano ha de estar lo suficientemente desocupado para que en septiembre el psicólogo de guardia pueda darle de baja por síndrome postvacacional. Así que a solazarse!

*Filólogo