TAt muerto Chanquete, así, para empezar bien, y Pancho corre que se las pela detrás de un coche que se lleva a su amor hasta el próximo verano. Aceptemos la licencia temporal. Ahora eso no pasaría. Ahora, Bea y Pancho acabarían hartos el uno del otro a base de mensajes, vídeos de gatos y llamadas a horas intempestivas. Cuelga tú, no tú, mi vida, tq mxo. El final del verano llegó y tú partirás, cantaba el Dúo dinámico en el último capítulo, mientras la pantalla mostraba las playas desiertas y las sombrillas vacías. Había sido un verano espléndido de pandillas, sangrías y sardinas asadas. Como en los bestsellers, había habido de todo: su poquito de risas, de aventuras, de amor adolescente (sin sexo, por supuesto) y al final, la muerte como deus ex machina para poner todo en su sitio. A lo mejor si Chanquete no hubiera cerrado el ojo, los guionistas tendrían que haberlo liado con Julia, la pintora novelera, pero menos mal que las series de antes sabían cómo terminar sin alargarse. Así, igual que Verano azul, pero sin muerte, tendrían que ser todos los veranos, un sucederse continuo de días como relojes de Dalí , blandos y largos. No saber si es martes o domingo, y lo mejor, que no te importe nada. Dormir sin timbre en la mesilla y despertarse con dieciséis horas por delante para llenar del sabor a helado de fresa de la nada. El olor de las mañanas, la siesta, el perfume dulzón de las noches que trae el rumor de las verbenas o del mar o del río, o de la moto del imbécil de turno, qué más da. Pero Chanquete ha muerto, y el lunes empieza septiembre. Y se acaba la ficción y comienza la realidad, que no la vida.