En el bullicio del verano no todos son familias, niños y jóvenes felices.

También hay singles, o solitarios, como prefieran llamarles, inmersos en las vacaciones en soledad obligada o voluntaria.

Suelen llamarme la atención. Hasta incluso es saludable sentirse como uno de ellos de vez en cuando para huir del exceso familiar que acarrean los veranos.

Admito que el ejercicio de viajar solo es uno de los más gratificantes que existen porque el ser humano, por naturaleza y necesidad, necesita de otros semejantes con quienes comunicarse y relacionarse.

Por eso nunca viajas a la intemperie. Hay gente alrededor que, igual que el single, se aventura a irse donde sea a descubrir que hay mucho mundo más allá de sus narices.

Hace unos días un amigo separado me contó que el período vacacional con su hijo lo define como «un campus de paternidad», un hábito saludable para cuerpo y alma porque le permite disfrutar de su compañía de forma ininterrumpida durante un mes del estío.

En agosto me dijo que empezará a vivir su otro verano. Ni que decir tiene que la moneda vital tiene, a veces, estas dos caras.

Otro buen compañero de conciertos me explicó que esta época se la pasará yendo de festival en festival con la idea de disfrutar de la música en directo y, de paso, conocer a otros fans espectadores, preferiblemente femeninas.

No le importa viajar solo porque es de lo más sociable que he visto en mucho tiempo. Y, claro, eso significa que en el mapa de España casi siempre tiene un teléfono guardado que marcar si va por una zona en cuestión.

Conocer la gastronomía del lugar también le ha permitido que las soledades, a veces largas, sean más llevaderas.

¿Y qué me dicen de los caminantes?

Les veo cargados con la mochila haciendo la Ruta de la Plata y me quedo boquiabierto con esa capacidad de pasar tantas horas andando y andando, hacia una meta que será el próximo albergue, el próximo avituallamiento...

Nunca lo he intentado, aunque algún día lo haré.

Los que ya tienen experiencia cuentan que el ejercicio de introspección, en ocasiones necesario en la vida de las personas, es total.

Y que, a pesar de iniciar el viaje solo, a Santiago siempre se llega acompañado si uno quiere.

Tanta soledad aparente que no parece nada de eso.