Las iglesias, todas las iglesias, se presentan como portadoras de la Verdad Absoluta. No en balde aseguran que la han obtenido a través de una revelación divina. De esas verdades se derivan unos preceptos morales que pasan a ser indiscutibles y de obligado cumplimiento para sus fieles creyentes con el objetivo de alcanzar el fin de toda religión: la salvación del alma. El proselitismo forma parte de su mensaje pues al estar convencidos de poseer la Verdad intentan transmitírsela a todos los hombres y puesto que conocen la manera de alcanzar la salvación desean hacer partícipes de ella a toda la humanidad.

Durante muchos siglos la influencia de la Iglesia católica ha sido grande en nuestras sociedades y ha mediatizado las legislaciones civiles basada en el principio paulino de que todo poder procede del cielo y convertido en filosofía política por San Agustín, consiguiendo más fortuna que las propias palabras evangélicas sobre el César y Dios. Situación que hoy se produce, aunque partiendo de otras fuentes, en países orientales con los resultados que todos conocemos. Sin embargo las leyes civiles buscan fines diferentes de las verdades y preceptos religiosos. ¿Acaso figura en algún artículo de cualquier constitución democrática que uno de los fines del Estado sea salvar almas? ¿Existe alguna norma en el reglamento de un Congreso de los Diputados que indique cómo se consigue la Verdad?

XA LO LARGOx de la historia a nadie se le ha ocurrido decir seriamente que la verdad se puede alcanzar por votación. Porque el voto político no tiene como objeto la verdad sino las preferencias respecto a la manera de lograr la convivencia en una sociedad democrática. Cuando un diputado vota una ley no pretende salvar almas ni tiene la virtud de establecer verdades. Simplemente está diciendo cómo desea que sea su sociedad para que en ella se encuentren cómodos todos los ciudadanos, los creyentes y los no creyentes, los creyentes de un credo y los de otro. Porque entre las atribuciones de un legislador no entra el establecer cual es el verdadero credo ni el verdadero Dios. Si una constitución comenzara por definir a la nación como una comunidad de creyentes estaría obligando a los no creyentes a exiliarse. Si un partido político trasvasa los preceptos de un credo a su programa está invitando a quienes no creen en él a que no le voten. La ley civil debe basarse en lo que compartimos, la razón, a partir de la cual podemos llegar a acuerdos y establecer unas reglas que todos podamos cumplir sin que se resientan nuestras creencias y nuestra libertad.

Esto no significa que las iglesias deban callar, esconder sus doctrinas y dejar hacer. Las iglesias deben ofrecer a los legisladores y a la opinión pública su propuesta a través de los medios que las democracias ponen en sus manos con la misma libertad y valor que puede hacerla un sindicato, partido, grupo social o asociación. Ahora bien, puesto que no solo quiere legislar para su grupo de creyentes sino a creyentes de todas las religiones y a no creyentes, sus propuestas tendrán el valor de las razones que las acompañen, no el fundamento en una fe concreta. Tras la aprobación de la ley, el individuo en cuanto tal o formando grupo, y las iglesias por lo tanto, deben usar su razón, sus convicciones y sus creencias para aconsejar y sugerir a los demás la opción que ellos consideran más adecuada a sus planteamientos siempre que la ley no sea coactiva, es decir no obligue, no quite derechos a quienes no se sirvan de ella y ni siquiera recomiende su seguimiento (aborto, matrimonios gay, etcétera), sin incriminar a quienes no participan de su opinión, pues se trata de opciones vitales que no pueden ser impuestas y que una parte de la sociedad desea seguir. Ahora bien, si la ley es imperativa (impuestos, código de circulación...) no cabe ningún otro proceder que acatarla y cumplirla, pero como no existe ley inamovible, siempre se podrán seguir presentando alternativas y utilizar los medios legales para buscar su reforma y mejorarla, pues la ética cívica es progresiva.

Solamente desde la añoranza de las sociedades teocráticas y el poder que acumula la clase sacerdotal en ellas puede sentirse alguien incómodo en una democracia y esta parece ser la situación de la jerarquía de la Iglesia católica en España. Porque en nuestro entorno se encuentra plácida y eficazmente integrada en las democracias pese a gozar de menos privilegios que aquí.

*Profesor