La paradoja gusta a muchas personas: tiene apariencia de originalidad, pero no es, sino el florecimiento del talento de los superficiales, retorcidos y obstinados. Prefiero ser sencillo y vulgar antes que paradójico. Está muy claro, que la mayor parte de nuestras opiniones son creadas por las palabras y fórmulas de otros, antes que por la razón.

Pasaron los carruseles políticos como torbellinos de palabras repletas de promesas, descalificaciones, vertiendo verdades confusas, sin el arte del bien decir. Su cantinela sonaba a chicharras, ranas y grillos; pero con menos ritmo. Así, sin apenas tiempo para reflexionar, nos hemos plantado ante las urnas.

Ahora entiendo aquello que le escuché a mi abuelo: la laboriosidad de las hormigas enseña más que el canto del grillo, la rana o la chicharra . De los políticos parlanchines más que parlamentarios he aprendido, en estos días, que la política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve. En estos días he escuchado oradores fanáticos, ciegos y sordos más que una tapia. Directores de subastas. Olvidaron que lo que más honra y dignifica al hombre, que hace una campaña electoral, es no prometer más de lo que se pueda cumplir, porque es de mucha bajeza faltar a la palabra dada. He oído decir verdades atípicas y asexuadas. Me parecían sabihondos, sin imaginación, como cuchillos mellados, pegando hachazos en los huesos de siempre.