Cada día es más evidente que los ciudadanos comienzan a estar más en desacuerdo con las formas tradicionales de hacer política. Se pide más imaginación a la clase política y una representación más directa. Los partidos que no se renueven y continúen con prácticas poco transparentes y sin adaptarse a la nueva realidad social, más pronto que tarde, perderán el apoyo electoral.

Sin embargo, más que una crisis general de los partidos, que resultan imprescindibles en un sistema democrático, lo que se detecta es un rechazo a las prácticas de la vetusta partitocracia. No se acepta bien que los partidos sigan ejerciendo un poder omnímodo en la representación de la soberanía popular. Y ocurre que las nuevas formaciones políticas que surgen, o se marchitan de forma inmediata o, al final, acaban adoptando los viejos hábitos.

La inoperancia y los graves casos de corrupción e irregularidades que se vienen destapando en la financiación de los partidos hacen mella en los ciudadanos. La ausencia de procedimientos directos y democráticos para designar a candidatos tampoco contribuye a mejorar la opinión que se tiene de la política.

A LOS PARTIDOS se les exige un funcionamiento democrático. Sin embargo, es más cierto que los aparatos ejercen un dominio sobre los militantes que a la postre cercena la crítica y la innovación democrática. De ahí que la partitocracia, como único cauce de participación política, hoy se considere un disvalor democrático.

Si los partidos no se regeneran, la supervivencia del sistema democrático va a depender de que seamos capaces de crear modelos alternativos que puedan completar satisfactoriamente las funciones de representación e integración en el ejercicio político.

Por eso es bueno que la sociedad cuente, además de con partidos políticos, con otras fórmulas organizativas que puedan colmar las necesidades de los ciudadanos. Una solución puede estar en el fomento de la participación social a través de vías alternativas que permitan hacer llegar los auténticos intereses de las personas a los centros de decisión.

El asociacionismo puede ser una opción válida para encauzar esas necesidades y hacer oír la voz del pueblo. Y es aquí donde las organizaciones de consumidores o las asociaciones de autónomos, de desempleados, de amas de casa, de jubilados, de personas dependientes o de estudiantes, entre otras, tienen mucho que decir.

Si los partidos políticos se cortocircuitan, la sociedad debe contar con instrumentos alternativos para canalizar sus reivindicaciones. Las organizaciones cívicas pueden convertirse en auténticos grupos de presión. Las redes sociales son un importante y poderosísimo aliado con que cuentan los ciudadanos. En el panorama actual, con la atonía e inoperancia reinantes, no es conveniente que los partidos políticos tengan el monopolio exclusivo de hacer política.