Dramaturgo

Lo de pedir la vez tiene su intríngulis. ¿Cómo se dice, "quién es la última", "quién es el último" o "quiénes son los últimos/as? Uno que jamás ha rehusado carnicerías, pescaderías o ultramarinos de barrio, pide la vez según la idiosincrasia o clientela. Que tenemos una cola de amas de casa veteranas y rotundas, se pide la vez en femenino y se acabó. Que aparece en la cola uno de esos esforzados maridos que un sábado de cada mes echa una mano a su matrimonio y sale a comprar pescados raritos, se pide en masculino para no levantar insidias u homofobias. Que la cola es en el supermercado costero de La Antilla, un alto, por favor. Ahí la cosa cambia porque si algo tiene el verano de aventurero y emocionante, es el supermercado playero. Esas colas no se parecen a ninguna. Son colas provisionales pobladas por individuos ansiosos de comprar a los que observan con caras de resignación sus respectivas, como diciendo: "¿A dónde vas, Nicolás, que te crees la reina de la charcutería y no tienes ni idea de a cuánto está el kilo de choped?". Se ponen a la cola con el mismo interés que pondrían leyendo el Marca. Aquello es un abaniqueo de gafas de cerca sobre los mostradores. Sopesan las piezas de fruta, huelen los filetes de cerdo, miden la longitud de las salchichas y dictan unos menús de playa de Salvador Dalí hubiera firmado en pleno apogeo surrealista. ¿Qué comerán esos benditos en sus apartamentos de primera línea?

Las esforzadas asisten al lucimiento conyugal con la expresión de "ya volveré luego, cuando esté con el vermut, para deshacer esta compra".

Y eso que la mitad de las veces la comida empieza y termina en el chiringuito de la playa y el gazpacho se queda para otro día.