TCtada vez que una mujer es asesinada por su marido, pareja o expareja en España (y este año 2015 ya llevamos 47) nos provoca un sentimiento entre de estupor y congoja. ¿Cómo es posible? ¿Otra? Normalmente tendemos a situar los conflictos fuera de nosotros y lo más lejos posible, así que entre la resignación y la estupefacción queremos creer que esos hechos no tienen nada que ver con nosotros, que afectan solo a esas personas que se han visto involucradas en esos trágicos sucesos.

Y aquí está el primer error. Esos acontecimientos no son sucesos aislados que por definición son hechos imprevisibles, inevitables e inexplicables de los que no cabe dar razón. Lo que nos cuesta entender es que esas mujeres asesinadas en los más diversos lugares de la geografía española, y a manos de hombres de diferentes estatus, edades y procedencias, son víctimas de la revolución silenciosa protagonizada por las mujeres durante los últimos 30 años.

No podremos entender este complejo fenómeno si no lo inscribimos en un contexto histórico, político y social que explique los antecedentes, las causas y las consecuencias que ha tenido para las mujeres el largo proceso de conversión de ciudadanas de segunda que fueron durante tantos siglos en sujetos de pleno derecho con capacidad para llevar a cabo su propio proyecto de vida.

Los procesos de cambio social reales, más allá de lo políticamente correcto, de modas y de apariencias, tienen dos dimensiones ineludibles sin las cuales no se puede hablar de verdadero cambio: una colectiva y una personal e intransferible. La dimensión colectiva es aquella mediante la cual un grupo oprimido toma conciencia de su subordinación y empieza a cuestionar el orden establecido. Ese grupo o avanzadilla se organiza, reclama cambios, hace ruido, se manifiesta, emprende campañas reivindicativas, sale a la calle. Con frecuencia recibe el desdén de la mayoría de la sociedad, se le desacredita, a sus miembros se les representa de forma caricaturesca, peyorativa, para que la sociedad bienpensante no desee imitarles.

XPero poco a pocox la justicia y legitimidad de esas demandas se impone, las reclamaciones se revelan de lo más razonable, las ideas sostenidas al principio por un colectivo minoritario se extienden hasta que, casi imperceptiblemente, penetran en todas las capas sociales. Es así como hoy muchas mujeres puede que no se consideren feministas pero comparten plenamente los presupuestos de los que partían aquellas.

Pero la verdadera dimensión del cambio real es íntima y personal, y ocurre cuando cada una de las mujeres no solo comparte los ideales de igualdad generales, sino cuando interioriza que también ella tiene derecho a ejercer su libertad. Que no es algo que solo hagan las demás, las mujeres liberadas, las otras, sino que yo también quiero decidir por mí misma. Y entonces ya no puedo seguir viviendo de la misma manera, ni estoy dispuesta a tolerar que me subvaloren, me humillen o me maltraten, ni a seguir manteniendo una vida insatisfactoria solo porque me habían convencido de que ese era mi papel.

Y es entonces cuando una mujer está dispuesta a desafiar el poder que se le ha impuesto, es cuando se niega a tener relaciones sexuales sin deseo solo para complacer a su marido o su compañero, es cuando reclama que aquello que pensaba que era su obligación ha dejado de serlo... y entonces se enfrenta realmente al poder masculino... Una decisión que, en algunos casos, le puede costar la vida.

Porque aunque parezca que vivimos en una sociedad muy avanzada, todavía persiste en estado de latencia la idea de que las mujeres son el segundo sexo. Y que el primero "el masculino" todavía ostenta prerrogativas que de facto le hacen creer que tiene derechos adquiridos sobre ellas.

Hoy ya no se educa en esos viejos principios, pero todavía amplios sectores masculinos son refractarios a asumir que han perdido; por otro lado, las imágenes que se siguen difundiendo a través de los medios de comunicación, el cine, la publicidad, la música y otros discursos culturales insisten en presentar a las mujeres como objetos de consumo, cosas a utilizar; discursos incapaces de producir ideas nuevas acordes con el supuesto Estado de derecho igualitario en el que vivimos desde hace años. Antes al contrario, asistimos a una guerra simbólica contra las mujeres cuyo campo de batalla son los medios de comunicación, y el objeto a abatir, el cuerpo femenino. Creíamos que el cambio protagonizado por las mujeres en las últimas décadas había sido una revolución incruenta, pero las más de 50 asesinadas por sus parejas o exparejas nos recuerda que son lo que hoy se llama víctimas colaterales de esa rebelión a la vez colectiva e individual.

Directora del máster de Género y Comunicación de la UAB.