WEwl secuestro de dos ciudadanos norteamericanos y uno británico en Irak recrudece el desasosiego con que Occidente observa la doble guerra, civil y contra el invasor, que padece Irak. Este incidente hace que EEUU y Gran Bretaña se sumen a Francia, Italia y Australia en el agónico intento de liberar a sus rehenes sin conocer ni las verdaderas intenciones ni la identidad concreta de los secuestradores.

El secuestro de occidentales en Irak merece una doble reflexión. Primero, que quienes perpetran estos secuestros saben perfectamente que, cuanto peor acaban, más crece la brecha de odio que quieren fomentar entre las dos culturas. Segundo, subraya la distinta importancia que damos a la vida de un ser humano de nuestro entorno que esté en peligro y a las muertes cotidianas de decenas de civiles inocentes nacidos allí.

Nuestros principios nos llaman a preservar la vida de todos los individuos y a exigir a los gobiernos que actúen para protegerlos. Pero, al mismo tiempo, nuestro sistema --y sus intereses-- tienen el fallo evidente de que toleran que las vidas humanas se midan con distintos raseros. Y esa falta de solidaridad posiblemente acabaremos pagándola cara.