Escritor

Lo peor de los viejos no es el número, sino la facilidad con la que aceptan la peor vejez, que es aquélla que pierde la curiosidad de las cosas y acepta lo que diga Matías Prat en el telediario de la noche. Ayer lo oí un rato y me espantó. Oí a Rajoy y me espantó más, hablando además desde Uruguay, adonde se van con mi dinero a meterme el corazón en un puño, con Maragall y Zapatero que no los dejan vivir en paz. Porque, reconocerán conmigo, que Zapatero les quita el sueño. En estas circunstancias, reformar lo que sea siempre es problemático, porque el viejo no quiere reformarse. Y no quiere porque tiene aceptado que todo lo que haya que reformarse o lo hace Dios o es mejor dejarlo. Pero que se sepa, Dios no ha reformado nunca nada, porque esa facultad se la dio al hombre. ¿Se imaginan que el hombre no pudiera reformar los desaguisados que el tiempo origina en nuestro organismo? Pues con la Constitución pasa igual. Las constituciones la mayoría desaparecieron porque estaban obsoletas. Si la llamada la Pepa, o sea, la Constitución de 1812, hubiera ido a lo largo del tiempo reconstituyéndose, que ésa es la palabra, a estas horas nos hubiéramos ahorrado un sinfín de desgracias, incluida la guerra civil del 36 y sobre todo la losa que esa guerra supuso para hacer viable cualquier constitución. Hubiéramos tenido una reforma agraria nacional y todos estaríamos menos locos de lo que hoy estamos.

Yo estoy convencido de que Cataluña no nos va a llevar a una situación límite, por una razón muy simple: porque los catalanes, como los vascos, son muy españoles. El odio a España es por amor, y les gustaría ser tratados como españoles de excepción, cosa que en el caso de los catalanes lo firmaría ya. Y me voy a poner de ejemplo: cuando llegué a Barcelona era un muchacho con muchos problemas pero muy creyente. Las enseñanzas del hermano Daniel las tenía muy incardinadas e iba a misa todos los domingos y fiestas. En Cataluña dejé de ir a misa y desde entonces me va muy bien. Reformé mi propia constitución. Eso no quita poder ir a entierros y sufrirlos, o ver procesiones. Pero la verdad es que gracias a la experiencia catalana yo me quité muchos traumas.

Sigámosles y hagamos aquí también nuestra propia nacionalidad.