Era tarde y me había liado tomando copas con mis amigos. Una noche de esas en las que se te calienta la boca y te apetece quedarte hasta que el cuerpo aguante. Que también tenemos derecho a divertirnos, vaya, después de una semana dura de trabajo y preocupaciones. Había poca gente por las calles mientras emprendía el regreso a casa. Mira que no si no fuera por mi móvil no sabría ni qué hora era… Una noche es una noche y había disfrutado tanto con mis amigos, que merecía la pena trasnochar tanto. Soy hombre y no me suelo poner nervioso si veo a alguien raro de noche. A lo máximo que llego es a mirar de reojo para cerciorarme que no pasa nada raro. Pero aquellos cuatro tipos con mala pinta habían empezado a seguirme. Apenas me quedaba dinero encima. Si me atracaban, poco botín se iban a llevar. En todo caso. un buen móvil. Aceleré el paso y me di cuenta entonces que la calle estaba vacía. Ellos seguían detrás, aumentando la zancada. No sé cuánto tiempo pasó, pero consiguieron rodearme. Nadie cerca. El pánico se apoderó de mí. Ninguno mostraba armas. Su complexión física era tan superior a la mía que hubiera sido inútil entrar en un cuerpo a cuerpo. Mi miedo se hizo superlativo cuando uno de ellos dijo: “No queremos dinero, queremos sexo”. En mi vida hubiera pensado que me encontraría en una situación de intimidación así. Hasta ese momento, no me habían puesto la mano encima. Una hora después, y en la oscuridad de aquel portal, me habían penetrado las veces que les dio la gana. Yo me dejé hacer porque el pánico me bloqueó. No recuerdo bien ni siquiera si reían o jadeaban. Luego me dejaron en la calle. Nunca había tenido relaciones con hombres. Si todo lo que les he contado fuera real, habría sufrido una violación múltiple. Ni más ni menos. Como lo que ocurrió en Pamplona. Como los bestias de la manada. Hace unos días un juez me dijo que por mucho menos de lo que ocurrió allí hay sentencias por violación. Una vergüenza.