Abogada

Una vez más, la denominada violencia de género nos golpea nuevamente. Si el año 2003 lo despedimos con casi un centenar de mujeres muertas, este comienzo del 2004 se apresura a reiterarnos la macabra y sistemática ola de muertes tras la alcoba. Y mientras todo esto sucede, instituciones como la Iglesia Católica se despacha explicando los sucesos bajo la perversión de unas relaciones familiares sui géneris. Es de lamentar este tipo de actitudes, pues vienen a reconocer la cierta benevolencia con la que esta sociedad trata al verdugo de la víctima, que, además de asesinada, violada y maltratada, se siente especialmente culpable del crimen de su asesino. Esta sociedad no puede permanecer de brazos caídos frente a la atrocidad que se ejerce sobre muchas mujeres, que son agredidas ante la apariencia de un hogar que les da cobertura y licencia para matar. Es tan cruel este hecho que se duda de la víctima. De tal manera, que su amparo necesita ser tan justificado como solicitarle que explicite cuántos golpes debe aguantar antes de ser considerado un hecho punitivo.

Esta sociedad no debe ni puede permanecer por más tiempo impasible ante el bofetón, prólogo de todo tipo de vejaciones. Hacen falta más medidas policiales e instrumentos jurídicos para apartar al agresor de la agredida. Aún más, hace falta que esta sociedad rechace la violencia doméstica , muestre total intolerancia respecto a comportamientos que denigran la dignidad de la mujer, partiendo del concepto de posesión de la misma, bajo la específica expresión "la maté porque era mía". Nunca esto puede ni debe ser permitido que suceda de un ser humano a otro; y mucho menos cuando el propósito de la sumisión lleva al resultado de muerte.