Los casos de violencia sexista en el segmento de población menor de 30 años revelan la alarmante pervivencia de hábitos de comportamiento que desafían el esfuerzo llevado a cabo en el sistema educativo, las campañas para erradicar la plaga de los malos tratos organizadas por la Administración y la convivencia en democracia. El hecho de que el 40% de las víctimas con órdenes de protección y el 30% de las llamadas al 016 correspondan a mujeres de menos de 30 años no hace más que confirmar que nos hallamos ante un fracaso colectivo, una situación que solo podrá superarse con el empeño de toda la sociedad y el desprestigio de algunos tópicos en circulación.

Entre estos últimos, la consideración del perfil masculino autoritario y agresivo como algo inevitable es un modelo que hay que combatir en la escuela y en la familia. En ningún periodo anterior de la historia de nuestro país se han dado las condiciones ambientales y pedagógicas para alcanzar objetivos tan sencillos y necesarios como desprestigiar las ideas machistas, aislar a los violentos y apoyar a las víctimas.

Pero que se den las condiciones no supone que sea fácil acabar con el mal. El arraigo de patrones de conducta atávicos es evidente. El foro internacional Juventud y violencia de género, celebrado en Madrid, ha servido justamente para certificar que son los jóvenes los que deben dar el gran paso para acabar con la lacra de la violencia sexista, pero antes hay que liquidar la herencia recibida para mejorar los datos que dan testimonio de que el problema subsiste.