La igualdad de las mujeres y los hombres es una conquista (incompleta) relativamente reciente de la humanidad, pero las actitudes vejatorias hacia las féminas persisten, muchas veces en el ámbito privado, lo que dificulta combatirlas. Es descorazonador que una de cada tres europeas mayores de 15 años declare haber experimentado alguna vez en su vida violencia sexual, física o ambas, y que la misma proporción haya sufrido abusos psicológicos de su pareja, según datos hechos públicos recientemente por la Comisión Europea. Es una patología social grave, que para ser revertida requiere, en primer lugar, una actitud valiente por parte de quienes la sufren directamente. Pero se trata de un paso que no es fácil. Hoy tenemos también otro dato importante: cada día se presenta una denuncia por acoso, lo que revela tanto la extensión del problema como que cada vez más mujeres plantan cara en defensa de su dignidad. La lacra de la violencia contra la mujer debe ser combatida por el conjunto de la sociedad, y nadie puede considerarse no concernido ante ese problema. Los poderes públicos deben encabezar la estrategia aportando los medios legales y materiales precisos, todavía insuficientes, para que ninguna víctima deje de denunciar su situación. Pero ningún ciudadano puede abdicar de la obligación de contribuir individual y activamente a superar un mal atávico que no atañe a la relación entre hombres o mujeres sino a toda la especie humana.