Piensen ustedes que si esas víctimas de la denominada violencia de género, que nos golpean cada día, fueran víctimas del terrorismo, esta sociedad ya estaría clamando y decidiendo todo tipo de medidas por ser algo insoportable. Seguro, incluso, que merecería la reflexión de todas las administraciones públicas acerca de la capacidad para derrotarla, e, incluso exigiendo responsabilidades a los efectos, a los distintos mandatarios gubernamentales. Ésta era la aseveración de una jueza días pasados en una conferencia a la que asistí.

El trágico balance de 2017 da las siguientes cifras: cuarenta y ocho mujeres muertas, ocho niños asesinados por las parejas y veintisiete huérfanos. Y este año de 2018 continúa, con coincidencias en un día de tres muertes por violencia machista. Resulta absolutamente terrorífico soportar estos datos, y lo peor es esta especie de sensación de convivencia con una lacra, que al albur de un espacio denominado de relaciones privadas, en el contexto del hogar, parece ofrecer una perspectiva, sin intención, de que esa situación de violencia tiene más que ver con entornos cerrados, que con la esfera pública de toda la sociedad. Es lo que en tiempo se venía denominando como situaciones de violencias generadas por una mala convivencia. De esta manera, prejuzgando el comportamiento de la víctima como parte de su fatal consecuencia. Pero no, la violencia machista, la que está lastrando la vida de mujeres, familiares cercanos e hijos en el hogar es el resultando del comportamiento delincuencial del que ella a cabo el acto criminal. Y el mimetismo de sus efectos está provocando en esta sociedad un espacio de terror, que sacude a la misma. Y esta ha de tomar medidas que no pueden ser contrarrestadas con una política judicial y policial convencional, sino con medidas que realmente sitúen la acción en una política de Estado contra el terror de la violencia de género. Hemos de ir más allá y conceptuar estos delitos de lesa Humanidad, para que el supuesto argumento de una mala convivencia social no devengue ningún tipo atenuante.

Una se pregunta respecto al aguante de la sociedad y de los que nos representa respecto a seguir acumulando estadísticas, que ya se contextualizan hacia otras víctimas, también inocentes, como es el caso de los menores que resultan asesinados, heridos o destrozados por un hogar que nos les ha proporcionado seguridad, sino y, muy al contrario, ha sido la mayor de las trampas, frente a la ineficaz respuesta de una sociedad y sus instituciones respecto a esos menores.

No cabe duda, a raíz de las cifras, que no se está siendo eficaz en su totalidad en la lucha con la violencia de género porque si esas cifras las situáramos en parámetros terroristas, estaríamos hablando de fracasos absolutos y de responsabilidades claras, sin ningún tipo de matización, al respecto. Por lo que merece hacer una reflexión, profunda, sobre el conjunto de las medidas que se están llevando a cabo, desde todos los puntos de vistas -de seguridad, judicial, preventivo-educativo--, para que el desamparo de la mujer y de sus hijos que sufren en carne propia esta crueldad, que venimos denominando violencia de género, no constituya la mayor y más destacada ventaja en relación al agresor.

*Abogada.